miércoles, 27 de diciembre de 2023

Anotaciones rápidas sobre un libro en auge

 

El Retrato de casada, de la irlandesa Maggie O’Farrell, me despierta ciertas dudas en su manera de explotar las modas literarias. Lo he leído con rapidez porque sigue un hilo de intriga y el “¿qué pasará?” es un motor que empuja con mucha eficacia. Ya decía Hitchcock que hacer un primer plano del señuelo al inicio de la película garantizaba el suspense y ataba al espectador a la butaca. Siguiendo esta estrategia: que nada más abrir el libro sepas que a la protagonista la quieren asesinar te arrastra sin pausa por todos los vericuetos que la autora proponga para descubrir si lo logran.

Así, recién terminada la lectura y siguiendo su dinámica de arrastre impulsivo, me atrevo a decir que no me gustó nada el giro de guion que sacrifica a la criada y la poca atención que merece un final tan desdichado, cuando el asunto se centra precisamente en destacar el destino cruel de una mujer. Bien es verdad que es así como trata el destino a los personajes de rango menor.

De la escritura, anotaré que los movimientos de retroceso y avance en el tiempo a veces son tan bruscos que desconciertan y que la inclusión de los debates de actualidad dentro de un marco histórico remoto es seguir un patrón de éxito editorial garantizado, lo que es muy lícito pero le resta solidez al relato. La introducción de los temas que atañen al feminismo no me ha parecido muy sutil: así, señalar el prejuicio sobre la limitación intelectual de la mujer contraponiendo la capacidad de la niña para leer los mapas, me ha traído inmediatamente a la memoria aquel libro que insistió en regalarme alguien poco perspicaz: Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas, escrito al alimón por un matrimonio australiano feliz, a juzgar por las fotos (no me extraña, habiendo hecho un superventas de tamaña estupidez).

Sin embargo, encuentro un hallazgo en este párrafo (y la idea que lo genera):

La falda del traje está colgada de un gancho de la pared en la alcoba cuadrada. El corpiño y las mangas van por separado, están doblados encima de la cómoda y de la mesa. Al cruzar el umbral, a Lucrezia le da la sensación de que es una mujer despedazada en cuatro partes, colocadas con primor encima de los muebles.

Pues opino que la dependencia del vestido y la apariencia es un asunto que las féminas esquivamos sin querer entrar a analizar el ancla reaccionaria de inmovilidad y sometimiento que encierra. El libro lo hace:

Lucrezia toma conciencia inmediatamente de lo ridícula que debe de estar ahí sentada, encerrada en un lago de refinamiento. El corpiño le aprieta, el cuello almidonado le pica, el rubí que le cuelga del cuello tiembla.
Recalcando el poder del ropaje como lenguaje simbólico:
Nadie la mira más que un instante. El disfraz es perfecto. ¡Cuánta libertad solo con desprenderse de su identidad y ponerse la ropa de Emilia! ¡Qué suerte ha tenido! Puede ir a cualquier sitio, participar en cualquier cosa. Estas personas no ven a las criadas, no creen que puedan tener juicio ni emociones. Una criada con vestido marrón es lo mismo que una mesa o un tedero de la pared. De pronto se le abren las puertas de lo privado, de la vida oculta del castello, del revés del bordado, con todos los nudos, trampas y secretos al descubierto.
Y el retrato, con toda su parafernalia de motivos aristocráticos: las telas fastuosas, los pliegues exquisitos, las joyas, congelan una imagen a la que renuncia la persona Lucrezia mudando su piel.



lunes, 27 de noviembre de 2023

Lecturas de supervivencia: Peter Sloterdijk

 

Las epidemias políticas, del filósofo alemán Peter Sloterdijk, ayudan a interpretar el panorama de este final de 2023, tan abundante en signos de una decadencia que viene gestándose desde tiempo atrás, dando señales que pasan desapercibidas para sus contemporáneos, pervertidas y camufladas por unos medios de comunicación que no nos dejan ver el bosque. Un remedio para intentar reflexionar fuera de las cavernas es acudir a los análisis de las mentes lúcidas que saben ordenar el pensamiento y dirigirlo hacia la lógica y las deducciones que se aproximen a la realidad.

En su primer capítulo ¿Dónde están los amigos de la verdad? (publicado en un periódico suizo en 2018) abre un tema que titula El cinismo moderno donde, entre otras muchas reflexiones interesantes, dice:

Si se tuviera que caracterizar en una sola frase la atmósfera mental global de los albores del siglo XXI, tanto en Occidente como en el “resto del mundo”, debería ser: el embaucador se convirtió en el espíritu del mundo. Para comprender el cambio regresivo, uno debería ser consciente de que el presente más amplio —el rango que va de 1990 a 2018— representa una variante del fenómeno “posguerra”. Construye la era que le sigue a la Guerra Fría con su paradójico “equilibrio del terror”.

Hoy sufrimos las consecuencias del marco mental que se propagó desde los Estados Unidos después del 11 de septiembre de 2001: el eslogan de “la guerra contra el terror”, acuñado por el segundo Bush, ha dado licencia a los estados criminales a las mayores atrocidades.

Irreflexivos son, sobre todo, aquellos contemporáneos aparentemente bienintencionados que ignoran de forma obstinada que el 99% de los ataques terroristas del siglo XX son terrorismos de Estado. En general, son los Estados y los regímenes de propiedad estatal los que han maltratado a sus propias poblaciones a través de la política del miedo con los pretextos más diversos, principalmente para protegerlos de presuntos agresores y otras plagas perjudiciales del interior.
Y analiza la raíz y el desarrollo del discurso cínico:
Sin la presión de la grave amenaza del comunismo durante la Guerra Fría, la socialdemocracia occidental se fue tornando cada vez más inverosímil; más que evitar esa amenaza —o pretender evitarla —, se alimentaba de ella. La socialdemocracia siempre supo representarse como el “mal menor”. […] Como consecuencia, la dinámica de desigualdad de las estructuras sociales impulsadas por la economía financiera podría surgir una vez más y sin filtros en el hemisferio occidental.
Así, el cinismo plantó su zarpa en los discursos de buena parte de la esfera política arrastrando a muchos de los que quedan aplastados por sus efectos. Sloterdijk desmenuza su eclosión:
En un primer momento, el cinismo se puede entender como un fenómeno de desinhibición: el hecho de decir la verdad libremente alcanza en el cinismo el nivel del autodesenmascaramiento. Si la hipocresía era una reverencia del vicio ante la virtud, entonces el cinismo es el rechazo que opone la mentira a la convención de encubrirse con el idealismo.
En este párrafo puede reconocerse el desparpajo ignorante que arrasa en las redes y uno de los mantras de Aznar para reactivar políticamente un conservadurismo que languidecía y que sobrecoge: "una derecha sin complejos". Tuvo éxito, desde luego, porque sintonizó con la época reaccionaria que se nos venía encima:
En sus cinismos, los gobernantes muestran que están cansados de llevar las máscaras de la hipocresía. Brillan con la ironía de los que salen airosos de la situación. Para ellos, las grandezas como el honor, la decencia, el amor a la verdad, el tacto y el ser comprensivo son meros personajes del gran teatro del mundo. Están convencidos de que pueden reclamar su derecho de excepción en cualquier momento. En nuestros días, Warren Buffet pertenece a aquellos grupos bien altos, que a veces consideran que ya no necesitan una máscara: “Hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es la mía, la de los ricos, la que está haciendo esa guerra, y vamos ganando”.
También se propaga por la base este espíritu cínico configurando lo que el filósofo considera un pacto diabólico entre los mentirosos y los engañados, cuyo ejemplo paradigmático sería el fenómeno estadounidense de Trump:
Entre la “plebe”, en el sentido de Hegel, figura aquel que se considera muy pobre como para querer permitirse la comedia de la decencia. Lo que el cinismo de arriba tiene en común con el de abajo es la dispensa autoconcedida de satisfacer las imposiciones excesivas de una moral universal.


En el capítulo Las epidemias políticas, analiza el ‘Brexit’ (nombre que es copia exacta del ‘Grexit’ que un analista financiero de Nueva York acuñó en su momento para referirse a la posible salida de Grecia de la eurozona) considerándolo como punto de partida de la basura populista y la constatación de la decisiva influencia de los medios en su difusión, poniendo en evidencia la mecánica del populismo:

¿Qué debe entenderse entonces cuando una campaña de agitación como la del activista del leave, Nigel Farage, pudo llevarse a cabo con éxito en el país de origen de la democracia?
La respuesta a esta pregunta se puede encontrar en una disciplina que se conoce, entre la gente educada en nuestros tiempos, como “teoría de los medios” […] Los medios de comunicación modernos son menos medios informativos que portadores de infecciones. Lo que pretende ser información no suele ser más que emoción, envenenamiento y destrucción del juicio público. Solo en la superficie la democracia tiene lugar como intercambio de argumentos y contraargumentos. En el fondo, es un enfrentamiento constante entre epidemias estratégicas y vacunas.
Y aquí llegamos a un punto crucial, al denominador común de toda desestabilización reaccionaria que todavía sigue sin dique que lo contenga:
El punto ciego de todas las constituciones son los medios de comunicación en su función de violencia indirecta. El hecho de que la prensa pueda mentir descaradamente no es un descubrimiento de la extrema derecha de hoy.




sábado, 18 de noviembre de 2023

La peregrinación de Olga Tokarczuk

Terminé Los errantes, de la premio nobel polaca Olga Tokarczuk, con la incómoda sensación de no haber sintonizado, pero la intuición de que estaba dejando pasar una buena obra sin haber sabido leer adecuadamente. Claro que había recalado con satisfacción en varias partes por el placer de encontrar la reafirmación de mis propias ideas, por ejemplo la insustancialidad del turismo:

No eran auténticos viajeros, porque se iban para volver. Y regresaban aliviados, con la sensación del deber cumplido. Volvían para recoger de la cómoda montones de cartas y facturas. Para hacer una gran colada. Para matar de aburrimiento a los amigos, que bostezaban con disimulo mientras les iban mostrando las fotografías. Aquí estamos en Carcasona. Y aquí mi mujer con la Acrópolis de fondo.
O las delicadas pinceladas de reivindicación feminista (excelente el relato Kairós) que cumplen con la obligada mención a un asunto que no se puede obviar en la escritura de nuestro siglo, pero que se utiliza a menudo en la literatura actual de una manera grosera, más con fines publicitarios que ideológicos.

El libro es una amplia colección de escritos, algunos con la estructura de cuento, otros con la de una crónica y otros más con la inmediatez de un apunte de diario personal. Pero no logro entender la armazón que los reúne, si es intencionada o casual: ¿qué tiene que ver la técnica del embalsamamiento o la plastinación con la arquitectura de los aeropuertos? ¿la anatomía con la geografía?

Al hilo de estas notas releo el texto titulado El síndrome, que explica la naturaleza de la mente errante del yo que escribe, poseído por el síndrome de desintoxicación perseverante, en constante huida:
El concepto de síndrome le sienta como un guante a la psicología del viaje […] Se trata de una variante del Síndrome del Mundo Cruel (Mean World Syndrome), bastante bien descrito últimamente en la literatura neuropsicológica como infección propagada sobre todo por los medios de comunicación. En el fondo es una dolencia pequeñoburguesa. El paciente pasa largas horas ante el televisor, buscando con el mando a distancia únicamente aquellos canales que emiten las noticias más espantosas: guerras, epidemias, catástrofes... Fascinado por lo que está viendo, ya no puede apartar la vista.
Y me parece que este ‘síndrome de desintoxicación’ es un concepto genial para describir de qué sutil manera la mala conciencia que habita en cada intestino del primer mundo ─que fagocita la mayor parte de los recursos─ aflora y marchita su paraíso, impulsando la escapada.

Para nuestra narradora los síntomas por los que reconoce padecer el virus errante son la atracción por lo monstruoso, por todo lo que se aparta de la norma:
No me interesan los acontecimientos repetibles, esos que tan atentamente sigue la estadística y que todo el mundo celebra con una sonrisa feliz y familiar en los labios. Siento debilidad por la teratología y los monstruos. Tengo la constante y torturadora convicción de que es precisamente ahí donde el verdadero ser sale a la superficie y revela su naturaleza. Una súbita revelación accidental. Un avergonzado «ay»: el dobladillo de la ropa interior asomando de una falda esmeradamente plisada. Un horrendo esqueleto de metal que surge repentinamente de debajo de una tapicería de terciopelo; la ilusión de esponjosidad obscenamente desmentida por la erupción del muelle de un sillón de felpa.
Esta tendencia conduce a un peregrinaje que busca admirar lo irrepetible, las curiosidades anatómicas reunidas en un tipo muy especial de museos: los gabinetes que reúnen especímenes, obras originales de la Naturaleza, conservadas en sofisticadas mezclas. La anatomía, el cuerpo sirve de medida y de símbolo, es referencia constante, ya que el cuerpo es el equipaje mejor organizado: órganos perfectamente dispuestos el uno junto al otro, ocupando su lugar en divina armonía. Y esta frase me lleva a considerar que el cuerpo se interpreta como vehículo por excelencia, transportando un equipaje meticulosamente ordenado, haciendo un viaje universal e ineludible al que nadie puede renunciar.

Me detengo ahora en algunas de las observaciones de esta viajera que se aleja de los tópicos mostrando singulares puntos de vista que despiertan en mi cerebro recorridos inexplorados: la mirada especial a los aeropuertos ciudades-estado con ubicación fija, pero ciudadanía cambiante; los trenes para cobardes, el lado positivo de sufrir un overbooking o el efecto perverso de las guías de viaje. Pero el galardón al mejor desvío del tópico de viaje es este genial razonamiento sobre el uso del inglés como idioma universal: la compasión por aquellas gentes que lo tienen como única lengua:
¡Cómo de perdidos deben de sentirse en un mundo en que todo manual de instrucciones, cada palabra de la canción más tonta, el menú de cualquier restaurante, la correspondencia comercial más fútil, incluso los botones de un ascensor, están en su lengua privada! En cualquier momento pueden ser entendidos por cualquiera al abrir la boca, y sus notas, tendrían que cifrarlas. Se encuentren donde se encuentren, son accesibles siempre, para todos y por todo.
Existen ya planes, según he oído, para protegerlos, para concederles incluso una lengua minoritaria, una de esas lenguas muertas que nadie necesita, para que tengan algo propio, solo para ellos.
No se le puede negar variedad, novedad y excentricidad a esta combinación de relatos que difumina la frontera entre ficción y realidad (me detengo sorprendida porque me parece estar tocando puntos neurálgicos de la literatura de viajes). Abiertamente baraja los géneros: autobiografía en sus impresiones; ficción en los relatos cortos de viajes reales o imaginarios (a destacar Los errantes); literatura epistolar en las cartas de Joséphine Soliman; biografía en la sorprendente historia del descubridor del tendón de Aquiles o la mezcla del doctor Ruysch para la conservación de los cuerpos.

Cambia mi comprensión de esta obra después del repaso minucioso: ahora la sensación es la de encontrarme con una agudísima mirada nueva al viaje y al viajero, descartando los estereotipos, eligiendo efectivamente lo insólito frente a lo repetible. El libro funcionará como una guía de viajes puesta al día que te lleva de un rincón a otro de tu propio cerebro, despertando nuevas asociaciones y arrastrándote a inesperados destinos: de la Holanda del siglo XVII al interior de tu cuerpo y el dibujo de sus mapas; con paradas intermedias donde aparecen los detalles que caracterizan el espíritu de nuestra época: el auge de las comunicaciones (físicas y virtuales), el poder de las redes, la globalización, la degradación de los lugares santificados por las guías o la invasión del plástico. Porque, al parecer, los viajes de hoy ya no dan para inesperados descubrimientos de arte, paisaje o costumbres sino para pequeñas anécdotas, siendo el viajero el paralelo del embalsamador, que pretende conservar en frases lo que en un instante estuvo vivo:
Seguiremos apuntando, es la forma más segura de comunicación, intercambiaremos letras e iniciales, y nos inmortalizaremos mutuamente en hojas de papel, nos plastinaremos, nos sumergiremos en el formaldehído de frases.

 


jueves, 21 de septiembre de 2023

El viaje en crucero de D. F. Wallace

 

 La casualidad, que es mi verdadera guía de lectura, me lleva a releer a David Foster Wallace y su Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer. Me pone de muy buen humor la primera atacada del texto, me cansa ligeramente la segunda y remato con una tercera nuevamente gozosa. Cuando acabo, tengo la certeza de que nunca me embarcaré en un crucero, inclinación que intuitivamente ya tenía antes de la lectura, pero que ahora ratifico conscientemente porque sé más de las vacaciones en el mar que las personas que eligen pasar sus vacaciones surcando los distintos mares. La literatura es lo que tiene, que en las creaciones más afortunadas, suplanta a la realidad con mayor eficacia y profundidad de conocimiento que la sobrevalorada experiencia (en mi calidad de semiagorafóbica, al igual que Wallace, este es un razonamiento totalmente interesado).

Con una escritura informal y aparentemente ligera, plagada de notas tan sabrosas como el mismo texto, descubre su condición de viajero crítico:

En un Crucero de Lujo 7NC, pago por el privilegio de cederles a profesionales cualificados la responsabilidad no solamente de mi experiencia sino de mi interpretación de esa experiencia: es decir, de mi placer. Mi placer es gestionado de forma eficaz y sabia durante siete noches y seis días y medio… Tal como me prometieron en la publicidad de la línea de cruceros.
Me complace mucho la manera que tiene este hombre de estrujar hasta la última gota de capitalismo feroz con la simple descripción del mundo artificial (riámonos de los que imaginaron Orwell o Huxley) creado para el supuesto recreo y reposo del espíritu burgués:
Lo que yo observé fue que el Nadir era un barco realmente estricto, gobernado por un cuadro superior de oficiales y supervisores griegos durísimos, y que el personal inferior vivía en un estado de terror mortal hacia aquellos jefes griegos que los miraban todo el tiempo con ojos inexpresivos, y que el trabajo de la tripulación era duro hasta extremos dickensianos, demasiado duro para verlo con alegría.
[...]
Contemplar desde una gran altura a tus compatriotas caminando como patos con sandalias caras por puertos azotados por la pobreza no es uno de los momentos más divertidos de un Crucero de Lujo.
No sería necesario utilizar demasiada ironía (aunque la tiene a raudales) porque la simple observación es suficiente para alcanzar el supremo ridículo:
El Nadir carece de una capilla propiamente dicha. El sacerdote coloca una especie de altar plegable en el Salón Arco Iris, el más cercano a la proa de los salones de fantasía que hay en las cubiertas, de colores salmón y amarillo cera con frisos de bronce pulimentado. Arrodillarse en el mar resulta bastante complicado. […] Para la comunión, uno puede elegir beber vino o mosto sin azúcar de la marca Welch. Incluso las obleas para la comunión de la misa diaria del Nadir están inusualmente ricas, más parecidas a galletas que las hostias normales y con un regusto dulce cuando se deshacen entre los dientes.
Esta aparente ingenuidad (la de limitarse a describir) funciona como un explosivo que destroza el orden ario imperante; asumiendo que, tras la explosión, seguiremos actuando de figurantes (autor y lectores: cada cual en el papel que el azar le haya asignado) de la tragicomedia que se representa en este escenario ejemplar de los barcos de las megalíneas:
No es accidental que sean todos tan blancos y limpios, porque está claro que han de representar el triunfo calvinista del capital y la industria sobre la putrefacción primaria del mar.
Conecta esta demostración suprema de la frivolidad con una reacción frente a la muerte: frente al acicalamiento (una meticulosa programación de cuidados personales y distracciones variadas) la excitación; frente al trabajo duro, la diversión dura. Y este parentesco aparece también en las imágenes que evoca para crear las comparaciones: la caída de Saigón, del muro de Berlín, la película La lista de Schindler,  la isla de Ellis o la similitud de hechuras del megacrucero con las del destructor. Porque el sentimiento que le provoca esta actividad supuestamente divertida, es el terror:
Como la mayoría de las cosas insoportablemente tristes, resulta increíblemente elusivo y complejo en sus causas y simple en sus efectos: a bordo del Nadir —sobre todo de noche, con toda la diversión organizada, la amabilidad y el ruido del jolgorio— me sentí desesperar. La palabra se ha banalizado ahora por el exceso de uso, desesperar, pero es una palabra seria, y la estoy usando en serio. Para mí denota una adición simple: un extraño deseo de muerte combinado con una sensación apabullante de mi propia pequeñez y futilidad que se presenta como miedo a la muerte. Tal vez se parezca a lo que la gente llama terror o angustia. Pero no acaba de ser como esas cosas. Se parece más a querer morirse a fin de evitar la sensación insoportable de darse cuenta de que uno es pequeño, débil, egoísta y de que, sin ninguna duda posible, se va a morir. Es querer tirarse por la borda.


Es sabido que David Foster Wallace, el lúcido cronista que se atrevió a inmolar la realidad y analizar sus vísceras, se ahorcó en 2008 en su casa de California, a sus cuarenta y seis años.

domingo, 30 de julio de 2023

CONCHA ALÓS "Los enanos"

 No sabía nada de Concha Alós, una valenciana nacida en 1926, y me he encontrado, una vez más, con una gran escritora sin eco.

Mientras leía su novela, el relato se ilustraba espontáneamente con imágenes del extraordinario cine español en blanco y negro de los años cincuenta, valiosísimo testimonio de la sordidez en la que este país se vio obligado a sobrevivir durante la interminable posguerra: El pisito, Esa pareja feliz, Historias de Madrid, Plácido y otras tantas contaban con tal inteligencia las penurias de los españolitos de a pie, que la censura era incapaz de detectar la demoledora crítica.


Si alguien distanciado de nuestra historia quisiera acercarse sin propagandas blanqueadoras a los años cincuenta y sesenta del siglo pasado y conocer las delicias de aquella España deshumanizada tendría a su alcance un material fidedigno elaborado en el mismo momento que describe: aquellas películas… y también esta novela, que comparte con ellas el ingenio para mostrar las muchas caras de la miseria dando esquinazo al guardián de las esencias patrias.

El tiempo del relato es 1961, coincidiendo con el proceso del nazi Eichmann, y el lugar Barcelona, la gran ciudad, el destino de tantos que esperaban encontrar allí la meca del bienestar que se les negaba en sus pueblos de origen. Una emigración que se encarna en un protagonista colectivo: la pensión sobresaturada.

Y es en este terreno de la convivencia obligatoria donde el libro de Concha Alós brilla con luz propia porque observa aquel microcosmos de la precariedad con una pericia admirable y una mirada comprensiva y compasiva:


La gente de la pensión, estos hombres y estas mujeres que forman una humanidad anhelante de deseos concretísimos y justos: una casa, un hijo, un poco de pan, tiene casi siempre un instinto claro y ama las cosas buenas.

A través de los diálogos: fluidos, espontáneos, con una gracia de realismo sin engolamientos, surgen los fantasmas del momento: el hambre, los recuerdos de la guerra, el estraperlo, los fusilamientos, la cárcel, la emigración a la gran ciudad o el abuso y sometimiento de las mujeres. El fracaso humano, el desastre económico y la sucia cara de la pobreza enseñan su mueca en cada una de las habitaciones de aquella casa, donde se amontonan personajes diversos unidos por su falta de recursos. Escuchando sus voces se pueden contemplar las múltiples facetas de una sociedad vencida, abandonada e impotente:

—Palacios me dijo: «Tú te vienes y yo te contrato. Y te prometo que nada te va a faltar».
—Sí, todos prometen, pero a la hora de la verdad… Mira, yo…
—Los pobres, na, na, na…
—Como un perro. Ni me habían hecho seguro. No me he enterado hasta que me he partido el brazo.

—Todo son bichos y porquería. Si entráramos ahora en la cocina vería usted cómo está de cucarachas. Y si te asomas al patio de abajo, las ratas. ¿Se ha fijado en las ratas?… Algunas tienen el rabo pelado de viejas que son.
—A veces el ruido de las ratas no me deja dormir.
—Y dicen que traen enfermedades.
—Sí, la peste. Y en Nápoles se comían a los muertos.
—¡Qué asco! ¡Mira que comer muertos!

El señor Joaquín explicaba hoy con detalle la comida oficial del verano anterior. Tiene la Gran Cruz del mérito militar y, a veces, la lleva colgando en la solapa. Sin embargo, nadie ha entendido aún por qué se la dieron.
—Yo era casi un niño. Nos metieron en un cuarto oscuro.
—¿Quién los metió en el cuarto oscuro?
—Los comunistas. ¿Quién iba a ser? […]
—Nos metieron en un cuarto oscuro y nos echaban agua por debajo de la puerta.
—¿Quién les echaba agua por debajo de la puerta?
—¿Quién iba a ser? Los comunistas.


Estaba lejos el pueblo, lejos el día en que llegaron a Barcelona recién casados, y alejados parecían, también, los días en que estuvieron realquilados en casa de la vieja Agapita, al otro lado del río;[...] La habitación compartida con otro matrimonio y un peón de albañil, que se llamaba Pedro.


—Mamá. ¿El guardia manda más que todos?
—Más que todos, no. Más manda Franco.
—¿Y el obispo?
—El obispo también manda más. […]
—Y Franco, ¿por qué manda más que todos?
—Porque es el Generalísimo.
—¿Y manda también en los indios?
—No, en los indios, no.


—En mi pueblo las mujeres no pintan nada. Valen menos que un burro, menos que una orza de aceite… Yo sólo volveré allí del brazo de un tío rico, aunque esté podrido… O sola, pero llena de dinero.


—En mi pueblo, a una que se llamaba Alicia, el marido la mató la noche de novios, porque dijo que no la había encontrado virgen. En mi pueblo, cuando llegan los maridos, a deshora, borrachos, en invierno, sacan a las mujeres a la calle en camisa. Y ellas tienen que ir, pisando nieve, a buscar cobijo a casa de los vecinos.


—Desde luego, es que la gente, cuando no hay guerra, hay que ver lo señorita que se hace. Dicen que hay hambre, que no hay trabajo, que la comida está cara… Yo no lo creo. Por todas partes se ven mendrugos. Mendrugos por la calle, por los portales…



El barullo doméstico queda silenciado intermitentemente por una voz femenina que da cauce al pensamiento desolado de quien no ha logrado sacudirse el yugo de los prejuicios (esos gigantes defendidos por generalísimos y obispos) y se ha autocondenado al ostracismo. Ella nos llevará hacia las tesis en las que se apoya la novela y la pertinencia de su título:

Con seguridad habríamos sido felices si las palabras no me hubiesen vencido.
Las palabras: honor, deber, sacrificio… Todas éstas, y otras: manceba, querida, fulana.
Con seguridad hubiéramos vencido si ellas, sonidos articulados, garabatos sobre el papel, no se hubieran convertido en monstruos dentro de mi cabeza.


Volver atrás en el tiempo. Huir, locamente, alegremente, de ese gigante que nos fuerza a ser lo que somos y nos obliga a andar por donde él quiere. Somos enanos rodeados de enanos, y los gigantes se esconden para reírse.


lunes, 29 de mayo de 2023

"La buena letra" de Rafael Chirbes

 

Un libro dedicado a narrar lo que significó para los vencidos la victoria del ejército sublevado en 1936 contra el orden constitucional republicano: los que lo defendieron no solo sufrieron castigos físicos y penurias materiales, también fueron derrotados moralmente. La voz de una mujer nos habla del fracaso de una vida entregada a los demás; y estas confesiones dirigidas al hijo sirven como testamento y broche del fin de una generación que desaparece sin haber podido transmitir sus valores solidarios, dando paso a otra, despegada de su humanidad, que abre sus expectativas vitales al negocio y al dinero fácil, al mundo de la especulación y la avaricia: un tema en el que Chirbes ha logrado sus mejores creaciones.

El título cobra todo su sentido cuando Ana, la protagonista, reflexiona: La buena letra es el disfraz de las mentiras. La escritura juega un doble papel: para Isabel, el personaje perturbador, es el telón que oculta sus objetivos: tras su hermosa caligrafía se esconde la traición; para Ana es el señuelo que revela el oculto deseo de librarse de ataduras, de abrirse a sensaciones prohibidas por su código familiar:

Me faltaba esa capacidad para hablar con palabras dulces que ella tenía. Me faltaba saber escribir en un cuaderno pequeño con letra segura y bes y eles como velas de barco empujadas por el viento. Ahora no era suficiente la compasión, la entrega.

En las primeras páginas quedan congeladas imágenes de lo que fueron aquellos macabros años del franquismo, las angustias del fin de la guerra para los vencidos: los fusilamientos, la prisión, las sentencias de muerte, las humillaciones, la escasez de todo y el miedo, el miedo, el miedo. Las mujeres sosteniendo con sus esfuerzos aquel mundo en pedazos: viajando a las prisiones con la escasísima comida de la que disponían, buscando a los suyos, moviéndose a los lugares donde se podían conseguir víveres, intercambiando, vendiendo:
[…] aquellos vagones de madera repletos de mujeres enlutadas y silenciosas. En el primer año después de la guerra, los trenes iban abarrotados. La gente se marchaba de sus casas, o se buscaba, y el tren recogía toda esa desolación y la movía de un lugar a otro, con indiferencia.


Luego viene la otra derrota, la que contamina el campo de la conciencia: la rotura de la fraternidad.  No hay nada más doloroso que la deslealtad de quien creímos nuestro igual: la huida hacia el campo contrario integrándose en el mundo contra el que luchaste. Aquel a quien protegimos y cuidamos en sus horas de cárcel se transforma en el nuevo adversario al arrimarse al poder corrupto. El país va a reconstruirse sobre esta base.

Y el cambio de paisaje urbano se nos ofrece como ilustración del cambio en el orden moral, de una manera de vivir ya extinguida. La victoria completa es la eliminación de la memoria, del rastro de los muertos:
Para que regresen, paseo durante horas y busco las escasas construcciones de aquellos años que aún permanecen en pie, e intento recordar cómo eran las que ya han sido sustituidas por modernos bloques de viviendas, como pronto lo será la mía.

 

domingo, 2 de abril de 2023

"COMEDIAS BÁRBARAS"

 

Valle Inclán publicó Águila de blasón en 1907 y Romance de lobos al año siguiente; sin embargo, Cara de plata, que abre temáticamente esta trilogía que gira alrededor de un viejo hidalgo, mayorazgo en tierras gallegas, la escribió catorce años después, rescatando como carácter principal al menor de sus hijos, un personaje que salvaría de la degradación absoluta a su descendencia.

Y en mi opinión se nota un cambio de tono: Cara de plata ─publicada a los 56 años─ es, desde luego, ‘bárbara’, pero no tiene el furor de las otras dos ─publicadas con 41 y 42 años─, en las que las escenas de crueldad, profanación y vandalismo sobrecogen. Es evidente que lo que pretendía el autor en todas ellas era denunciar el atraso del país, especialmente agudo en Galicia, pues aunque el entorno que se dibuja es medieval, en la primera de las obras escritas se da una pincelada breve que advierte de la época en que transcurre la acción: el hijo menor apodado Cara de plata, agobiado por las deudas, decide irse con los carlistas. Estamos pues en pleno siglo XIX.

En todas sus vertientes la trilogía quiere romper los moldes caducos: los de la política, en ese momento sumergida en la alternancia de dos partidos que se mantienen por una falsa democracia sostenida por los caciques (tan despóticos como el protagonista); los del teatro, introduciendo una violencia cruda nunca vista y alterando los cánones del género, porque ¿cómo manejar una acción en la que intervienen treinta, treinta y cinco y hasta sesenta y tres personajes en Águila de blasón? ¿Cómo representar las magníficas resonancias de las acotaciones?:

La fragancia del vino que hierve con el romero se difunde por la corte como un bálsamo oloroso y rústico, de aldeanos y pastores que guardasen la tradición de una edad remota, crédula y feliz. (Águila de blasón)
La lluvia azota los cristales de la ventana y se ahíla en un lloro terco y frío, de una tristeza monótona, que parece exprimir toda la tristeza del invierno y de la vida. (Romance de lobos)
Los reflejos del velón llenan de aladas inquietudes las paredes, y en el temblor de la luz y la sombra se hace visible el viento sobre las lívidas cales. Colgado de un clavo baila el solideo, y solfea sobre el arcón de los diezmos la cola de un perrillo que runfla y bosteza. (Cara de plata)

Son estas obras de una belleza diabólica que pulsa todos los tonos: de la delicadeza de estas descripciones a las acciones que muestran una bestialidad sin rastro de compasión:
DON PEDRITO, sonriente y cruel, con una expresión que evoca el recuerdo del viejo linajudo, azuza a sus alanos, que se arrojan sobre la molinera y le desgarran a dentelladas el vestido, dejándola desnuda. [...] El primogénito siente con un numen profético el alma de los viejos versos que oyeron los héroes en las viejas lenguas, llegando a donde la molinera, le ciñe los brazos, la derriba y la posee. Después de gozarla, la ata a un poyo de la parra con los jirones que aún restan de la basquiña, y se aleja silbándole a sus perros. (Águila de blasón)
Envuelve la acción una atmósfera de piedra húmeda, fría, antigua y desapacible, en la que ni un solo elemento entibia el ambiente o las relaciones. Es la exhibición de un comportamiento brutal y primitivo que no pasa por el filtro de la civilización: lobos peleando por su presa y presas que aceptan su inmolación. Así es el universo del mayorazgo, don Juan Manuel Montenegro, un hidalgo mujeriego y despótico, hospitalario y violento, rey suevo en su Pazo de Lantañon, que controla una estructura salvajemente patriarcal, donde las mujeres son como los canes y estos su compañía más íntima y su arma contra los pobres; porque los pobres son el antagonista, un coro presente que, con su miseria, da la medida monstruosa del macho dominante:
El humo sale por los resquicios de la tejavana. Al fondo, separada por viejo cañizo y sobre caballetes de pino emborronados de azul, está la cama: Jergón escueto de panocha, sábanas de estopa y manta de remiendos. Una gallina clueca escarba la tierra del piso en medio de amarillenta pollada [...] (Águila de blasón)
Los temas se entrecruzan y superponen: la soberbia que se deriva del convencimiento de poseer la autoridad por derecho de sangre, la fuerza de la religión como soporte de un sistema feroz, predicando la resignación cristiana que amaina el hambre, que acepta la crueldad y el despotismo del amo, que perdona una y otra vez en el convencimiento de que ha venido al mundo para sufrir; las mujeres de alcurnia vistiendo el triste hábito morado de la pasión cristiana, las demás usadas como moneda de cambio, virgos subastados o viejas criadas. Un pulso se entabla entre el caballero lujurioso que basa su poder en los vínculos de sangre y el clérigo sacrílego: bonete, trabuco y sotana, que basa el suyo orquestando el miedo a la muerte y el más allá. Un desafío de rencores y codicia enfrenta al mayorazgo y sus hijos. Un despotismo sin freno gobierna.

La fuerza de las palabras de Valle es arrolladora, todo es creación, en su escritura no se encuentra un solo lugar común. Puede en unas frases evocar un mundo lejano y sumergir a quien lea en un ambiente primitivo y feroz, aquel que cantaban las grandes gestas de los grandes héroes. Y en este malabarismo, quien lee descubre la parte de atrás de la tramoya épica: la soberbia, la lujuria y la avaricia.





sábado, 18 de febrero de 2023

LUISA CARNÉS "Tea rooms". Anotaciones sobre una novela social de 1934

 

Si quisiéramos conocer de cerca la situación de la mujer proletaria en España en los años treinta del siglo XX, el impulso que cobraron los sindicatos inspirados por las teorías de Marx y la resistencia con la que se recibían sus reivindicaciones ─no solo desde el gobierno sino desde el propio cuerpo al que se pretendía rescatar de unas condiciones miserables─, entonces esta lectura sería además de amena, ejemplar. Si, además, nos interesase añadir a este panorama común a todos los asalariados, el peso añadido de los estigmas exclusivos con que las mujeres nacen, entonces se convierte en una lectura obligatoria.

El Tea rooms, de Luisa Carnés tiene la energía de una protesta viva contra la explotación en todas sus manifestaciones. Si la empresarial es importante, la que se mantiene como una nota sostenida durante todo el relato y da un golpe final contundente es la de la mujer. Ella, la autora, conoce muy bien el material con el que trabaja porque lo ha vivido, y convierte su mirada desde abajo en un artefacto cargado de ardor reivindicativo.

La galería de mujeres que nos presenta es una muestra suficiente para valorar las distintas facetas de la piedra amarrada al pie de esa mitad de la población que ha contribuido a forjar el bienestar de la otra media y el enriquecimiento de una pequeña porción. Desde la joven que detecta muy pronto un mundo injustamente dividido, y toma conciencia de que a ella le corresponde la parte de los subalternos: el de los fraques proletarios, las batas negras, los cuellos almidonados, a la dependienta veterana, dócil y resignada; la encargada cruel: vigía y capitán al propio tiempo; la vieja asistenta multiempleada, repleta de amargura, soledad y miseria; la beata apegada a las monjas y a los santos, para quien cualquier idea progresista es sacrílega; la hija de viuda que aporta su pequeño jornal al todavía más escaso de su madre como friegaplatos; la joven que prefiere el lugar de trabajo al cuchitril giboso de una portería que comparte con una pariente anciana; la frívola muchacha moderna imitadora de las actrices famosas que caerá en la trampa del romanticismo de novela barata; la casada que protesta enfurecida por una infidelidad que supone una merma en sus escasos ingresos; la que decide abandonar un trabajo imprescindible por escapar del abuso de su jefe o la jovencísima buscadora de cualquier empleo que descargue a su numerosa familia de una boca más que alimentar.

Y sobrevolando siempre, con una autoridad que decide su subsistencia, “el ogro”, el propietario brusco, grosero, autoritario, dueño de los despidos y las admisiones, la gran llave del estómago de aquellos débiles seres.

Diez horas de trabajo, un descanso de medio día a la semana que se suspende en el periodo de vacaciones estivales, un jornal de tres pesetas diarias, mientras el pan de la semana cuesta siete. Y cuando esta mínima retribución falla, las salidas se vuelven oscuras y degradantes; como cuando fallan las expectativas de matrimonio con un hombre que huye de la responsabilidad de un hijo no deseado, entonces el túnel se estrecha y quizás acaba en la muerte, después de torpes manipulaciones clandestinas.

Que el relato lo escriba una mujer trabajadora ─en una época en que la mujer culta sin recursos era una excepción─ aporta una energía inusual al punto de vista, esa «una» que hace de referencia despersonalizada, borrada, que es la marca del temor: Pero «una» no protesta nunca, al menos ante la encargada o el jefe supremo. El ansia de destapar las muchas situaciones de pobreza, marginación y sumisión obligada llenan las páginas y las apelaciones a la solidaridad y la lucha obrera en este contexto dejan de ser exhortaciones demagógicas.

 

jueves, 9 de febrero de 2023

"CARTAS FINLANDESAS" Anotaciones misóginas de un caballero español

    Creo que la lectura de esta obra de Ángel Ganivet es muy provechosa, no en el aspecto estrictamente literario, sino en ese eco fiel que la literatura aporta sobre el espíritu de una época. En este libro, mezcla de reflexión personal y observación de un entorno desconocido, se descubre la distancia que separaba nuestro país de los del norte europeo: al autor no solo le asombran las libertades femeninas ─¡montan en bicicleta!─, sino los adelantos en la organización social, como que la gente muera en los hospitales o que los nacimientos tengan lugar en casa de las comadronas. 

    Probablemente, siguiendo el rastro exitoso de la publicación en 1857 de las Cartas desde Rusia, de Juan Valera, Ganivet escribe las suyas desde Finlandia, cuarenta años después, con un tono mucho más distante. De sus opiniones sobre los nacionalismos, la política, sus sistemas de representación o el antagonismo entre lo finlandés y lo sueco no consigo formarme una idea cabal porque los párrafos que creo progresistas se anulan a continuación con comentarios que me parecen irónicos, aunque el tono serio que emplea para hacerlos tampoco me da para tomarlos como tal. 

    Pero de lo que sí puedo formarme una opinión es de sus juicios sobre la mujer que son como un libro abierto que explica la esencia de ese gigante que llamamos patriarcado y su profundo enraizamiento en la atrasada mentalidad española. No se trata de señalar con el dedo a don Ángel Ganivet, sino de ver a través de sus opiniones los consagrados disparates a los que el feminismo ha tenido que enfrentarse. Esta posibilidad de compararnos con otros países por medio de unas páginas escritas hace más de cien años por uno de los hombres más ilustrados del momento nos permite detectar, entre otros clichés, la resistencia al cambio de esa parte del colectivo masculino que se siente agredido en sus esencias porque le arrebatan su supuesto derecho a la dominación, asunto que queda patente en el discurso de estas Cartas, que empiezan por censurar la libertad que disfruta la mujer finlandesas: 

Cuando se escribe sobre cualquier país, basta de ordinario hablar del hombre. El hombre es el ser humano en general, varón o hembra, y lo que de él se dice se aplica a los dos sexos. Aquí en Finlandia la regla no es estrictamente aplicable, porque la hembra ha sacado los pies del plato. La kvinna, la mujer, es pájaro de cuenta: tiene su personalidad propia y bien marcada, y merece un estudio psicológico aparte.

(Tiene su ironía esto de que el uso del masculino genérico ‘hombre’ no le sirva para hablar de estas mujeres). La diferencia con la española del momento es abismal: la finlandesa muy frecuentemente se gana la vida y vive soltera y sola; se educa junto con los varones, hace siempre estudios secundarios y muchas de ellas universitarios. Los párrafos que siguen se comentan a sí mismos: 

Ocurre, pues, que las mujeres estudian para ganar dinero, y después que entran en la vida exterior y mecánica sufren la presión de la rutina y pierden las actitudes estéticas, naturales en la mujer que hace cosas femeninas, como leer, coser, bordar, cuidar los pájaros, regar las macetas o pelar la pava. [...]

Hasta he creído notar que las mujeres que se dedican a trabajos más vulgares tienen mayor propensión a la vida sentimental: el prosaísmo de sus ocupaciones les quita la gracia y delicadeza de la expresión; pero debajo de apariencias adustas, masculinas, se conserva la idea madre, la idea constitutiva de la naturaleza de la mujer: la de rendirse y someterse, de mejor o peor gana, a la autoridad natural del hombre. [...]

Muy bello sería que la mujer, sin abandonar sus naturales funciones, se instruyera con discreción; pero si ha de instruirse con miras emancipadoras o revolucionarias, preferible es que no salga de la cocina. La mujer finlandesa no está conforme aún con su situación: envidia a la rusa y a la norteamericana, y cree que a fuerza de estudios ha de lograr nivelarse con el hombre; mas al casarse, y a veces antes, nota que la tiranía no viene del hombre, sino de la naturaleza femenina, y particularmente de la maternidad, y procura descargarse de este fatigoso deber. Hay quien cree que a las señoras inteligentes se les seca la matriz; yo opino que lo que se les seca es la voluntad. En cuanto una mujer adquiere conciencia exacta de sus obligaciones, y obra, no por instinto, sino por reflexión y cálculo, se insubordina contra su propia naturaleza, donde está la causa de sus penalidades, y se convierte en un hombre estrecho de hombros y corto de piernas, en una calamidad estética y social. [...]

Según los psicólogos misóginos, la mujer es inferior al hombre aun en belleza; pero, aunque esto fuera verdad (y todas las mujeres creen que lo es), nada se adelanta con que el sexo débil se fortalezca y se adorne con todos los atributos masculinos: una hembra con pantalones no es un varón, es un adefesio. La mujer tiene un solo camino para superar en mérito al hombre: ser cada día más mujer. En todo el norte de Europa se trabaja hoy con ardor contra la emancipación: pregúntese a cualquier señorita de por acá cuáles son sus ideas, y dirá que quiere ser libre, pero no emancipada; aunque desee serlo, no lo dará a entender, porque comprende, por los ensayos hechos, lo ridículo de la parodia. [...]

Con ser tan poco favorable la opinión respecto del español, merece aplauso si se la compara con la que se tiene sobre la española. Algunas señoras creen de buena fe que el mayor mal que puede ocurrir a una mujer es nacer en nuestro país: la consideran como una esclava, casi como una mujer de harén. [...]

Pero el punto en que se insiste con verdadera saña es el de la libertad. Estas mujeres tienen la manía de la libertad: pueden hacer lo que quieren, y, sin embargo, acusan al hombre de déspota; y como creen que las españolas viven encarceladas y contentas, las juzgan como seres infelices, sin conciencia de su dignidad personal.

Pero, como Ganivet tiene un pensamiento paradójico (ser ilustrado, reflexivo y misógino es una contradicción difícil de resolver) te encuentras finalmente con este comentario: 

La vida social es bella por la intervención extraordinaria del sexo femenino, e individualmente las mujeres producen una impresión agradable: la de que son personas capaces de vivir independientes, sin necesidad de consejos ni de tutelas; las holgazanas caen con facilidad; las que saben y quieren trabajar tienen el camino expedito, y aun dado caso de que den un tropezón, no por eso desmerecen socialmente, puesto que continúan viviendo decorosamente de su trabajo.