jueves, 9 de febrero de 2023

"CARTAS FINLANDESAS" Anotaciones misóginas de un caballero español

    Creo que la lectura de esta obra de Ángel Ganivet es muy provechosa, no en el aspecto estrictamente literario, sino en ese eco fiel que la literatura aporta sobre el espíritu de una época. En este libro, mezcla de reflexión personal y observación de un entorno desconocido, se descubre la distancia que separaba nuestro país de los del norte europeo: al autor no solo le asombran las libertades femeninas ─¡montan en bicicleta!─, sino los adelantos en la organización social, como que la gente muera en los hospitales o que los nacimientos tengan lugar en casa de las comadronas. 

    Probablemente, siguiendo el rastro exitoso de la publicación en 1857 de las Cartas desde Rusia, de Juan Valera, Ganivet escribe las suyas desde Finlandia, cuarenta años después, con un tono mucho más distante. De sus opiniones sobre los nacionalismos, la política, sus sistemas de representación o el antagonismo entre lo finlandés y lo sueco no consigo formarme una idea cabal porque los párrafos que creo progresistas se anulan a continuación con comentarios que me parecen irónicos, aunque el tono serio que emplea para hacerlos tampoco me da para tomarlos como tal. 

    Pero de lo que sí puedo formarme una opinión es de sus juicios sobre la mujer que son como un libro abierto que explica la esencia de ese gigante que llamamos patriarcado y su profundo enraizamiento en la atrasada mentalidad española. No se trata de señalar con el dedo a don Ángel Ganivet, sino de ver a través de sus opiniones los consagrados disparates a los que el feminismo ha tenido que enfrentarse. Esta posibilidad de compararnos con otros países por medio de unas páginas escritas hace más de cien años por uno de los hombres más ilustrados del momento nos permite detectar, entre otros clichés, la resistencia al cambio de esa parte del colectivo masculino que se siente agredido en sus esencias porque le arrebatan su supuesto derecho a la dominación, asunto que queda patente en el discurso de estas Cartas, que empiezan por censurar la libertad que disfruta la mujer finlandesas: 

Cuando se escribe sobre cualquier país, basta de ordinario hablar del hombre. El hombre es el ser humano en general, varón o hembra, y lo que de él se dice se aplica a los dos sexos. Aquí en Finlandia la regla no es estrictamente aplicable, porque la hembra ha sacado los pies del plato. La kvinna, la mujer, es pájaro de cuenta: tiene su personalidad propia y bien marcada, y merece un estudio psicológico aparte.

(Tiene su ironía esto de que el uso del masculino genérico ‘hombre’ no le sirva para hablar de estas mujeres). La diferencia con la española del momento es abismal: la finlandesa muy frecuentemente se gana la vida y vive soltera y sola; se educa junto con los varones, hace siempre estudios secundarios y muchas de ellas universitarios. Los párrafos que siguen se comentan a sí mismos: 

Ocurre, pues, que las mujeres estudian para ganar dinero, y después que entran en la vida exterior y mecánica sufren la presión de la rutina y pierden las actitudes estéticas, naturales en la mujer que hace cosas femeninas, como leer, coser, bordar, cuidar los pájaros, regar las macetas o pelar la pava. [...]

Hasta he creído notar que las mujeres que se dedican a trabajos más vulgares tienen mayor propensión a la vida sentimental: el prosaísmo de sus ocupaciones les quita la gracia y delicadeza de la expresión; pero debajo de apariencias adustas, masculinas, se conserva la idea madre, la idea constitutiva de la naturaleza de la mujer: la de rendirse y someterse, de mejor o peor gana, a la autoridad natural del hombre. [...]

Muy bello sería que la mujer, sin abandonar sus naturales funciones, se instruyera con discreción; pero si ha de instruirse con miras emancipadoras o revolucionarias, preferible es que no salga de la cocina. La mujer finlandesa no está conforme aún con su situación: envidia a la rusa y a la norteamericana, y cree que a fuerza de estudios ha de lograr nivelarse con el hombre; mas al casarse, y a veces antes, nota que la tiranía no viene del hombre, sino de la naturaleza femenina, y particularmente de la maternidad, y procura descargarse de este fatigoso deber. Hay quien cree que a las señoras inteligentes se les seca la matriz; yo opino que lo que se les seca es la voluntad. En cuanto una mujer adquiere conciencia exacta de sus obligaciones, y obra, no por instinto, sino por reflexión y cálculo, se insubordina contra su propia naturaleza, donde está la causa de sus penalidades, y se convierte en un hombre estrecho de hombros y corto de piernas, en una calamidad estética y social. [...]

Según los psicólogos misóginos, la mujer es inferior al hombre aun en belleza; pero, aunque esto fuera verdad (y todas las mujeres creen que lo es), nada se adelanta con que el sexo débil se fortalezca y se adorne con todos los atributos masculinos: una hembra con pantalones no es un varón, es un adefesio. La mujer tiene un solo camino para superar en mérito al hombre: ser cada día más mujer. En todo el norte de Europa se trabaja hoy con ardor contra la emancipación: pregúntese a cualquier señorita de por acá cuáles son sus ideas, y dirá que quiere ser libre, pero no emancipada; aunque desee serlo, no lo dará a entender, porque comprende, por los ensayos hechos, lo ridículo de la parodia. [...]

Con ser tan poco favorable la opinión respecto del español, merece aplauso si se la compara con la que se tiene sobre la española. Algunas señoras creen de buena fe que el mayor mal que puede ocurrir a una mujer es nacer en nuestro país: la consideran como una esclava, casi como una mujer de harén. [...]

Pero el punto en que se insiste con verdadera saña es el de la libertad. Estas mujeres tienen la manía de la libertad: pueden hacer lo que quieren, y, sin embargo, acusan al hombre de déspota; y como creen que las españolas viven encarceladas y contentas, las juzgan como seres infelices, sin conciencia de su dignidad personal.

Pero, como Ganivet tiene un pensamiento paradójico (ser ilustrado, reflexivo y misógino es una contradicción difícil de resolver) te encuentras finalmente con este comentario: 

La vida social es bella por la intervención extraordinaria del sexo femenino, e individualmente las mujeres producen una impresión agradable: la de que son personas capaces de vivir independientes, sin necesidad de consejos ni de tutelas; las holgazanas caen con facilidad; las que saben y quieren trabajar tienen el camino expedito, y aun dado caso de que den un tropezón, no por eso desmerecen socialmente, puesto que continúan viviendo decorosamente de su trabajo.

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