domingo, 2 de abril de 2023

"COMEDIAS BÁRBARAS"

 

Valle Inclán publicó Águila de blasón en 1907 y Romance de lobos al año siguiente; sin embargo, Cara de plata, que abre temáticamente esta trilogía que gira alrededor de un viejo hidalgo, mayorazgo en tierras gallegas, la escribió catorce años después, rescatando como carácter principal al menor de sus hijos, un personaje que salvaría de la degradación absoluta a su descendencia.

Y en mi opinión se nota un cambio de tono: Cara de plata ─publicada a los 56 años─ es, desde luego, ‘bárbara’, pero no tiene el furor de las otras dos ─publicadas con 41 y 42 años─, en las que las escenas de crueldad, profanación y vandalismo sobrecogen. Es evidente que lo que pretendía el autor en todas ellas era denunciar el atraso del país, especialmente agudo en Galicia, pues aunque el entorno que se dibuja es medieval, en la primera de las obras escritas se da una pincelada breve que advierte de la época en que transcurre la acción: el hijo menor apodado Cara de plata, agobiado por las deudas, decide irse con los carlistas. Estamos pues en pleno siglo XIX.

En todas sus vertientes la trilogía quiere romper los moldes caducos: los de la política, en ese momento sumergida en la alternancia de dos partidos que se mantienen por una falsa democracia sostenida por los caciques (tan despóticos como el protagonista); los del teatro, introduciendo una violencia cruda nunca vista y alterando los cánones del género, porque ¿cómo manejar una acción en la que intervienen treinta, treinta y cinco y hasta sesenta y tres personajes en Águila de blasón? ¿Cómo representar las magníficas resonancias de las acotaciones?:

La fragancia del vino que hierve con el romero se difunde por la corte como un bálsamo oloroso y rústico, de aldeanos y pastores que guardasen la tradición de una edad remota, crédula y feliz. (Águila de blasón)
La lluvia azota los cristales de la ventana y se ahíla en un lloro terco y frío, de una tristeza monótona, que parece exprimir toda la tristeza del invierno y de la vida. (Romance de lobos)
Los reflejos del velón llenan de aladas inquietudes las paredes, y en el temblor de la luz y la sombra se hace visible el viento sobre las lívidas cales. Colgado de un clavo baila el solideo, y solfea sobre el arcón de los diezmos la cola de un perrillo que runfla y bosteza. (Cara de plata)

Son estas obras de una belleza diabólica que pulsa todos los tonos: de la delicadeza de estas descripciones a las acciones que muestran una bestialidad sin rastro de compasión:
DON PEDRITO, sonriente y cruel, con una expresión que evoca el recuerdo del viejo linajudo, azuza a sus alanos, que se arrojan sobre la molinera y le desgarran a dentelladas el vestido, dejándola desnuda. [...] El primogénito siente con un numen profético el alma de los viejos versos que oyeron los héroes en las viejas lenguas, llegando a donde la molinera, le ciñe los brazos, la derriba y la posee. Después de gozarla, la ata a un poyo de la parra con los jirones que aún restan de la basquiña, y se aleja silbándole a sus perros. (Águila de blasón)
Envuelve la acción una atmósfera de piedra húmeda, fría, antigua y desapacible, en la que ni un solo elemento entibia el ambiente o las relaciones. Es la exhibición de un comportamiento brutal y primitivo que no pasa por el filtro de la civilización: lobos peleando por su presa y presas que aceptan su inmolación. Así es el universo del mayorazgo, don Juan Manuel Montenegro, un hidalgo mujeriego y despótico, hospitalario y violento, rey suevo en su Pazo de Lantañon, que controla una estructura salvajemente patriarcal, donde las mujeres son como los canes y estos su compañía más íntima y su arma contra los pobres; porque los pobres son el antagonista, un coro presente que, con su miseria, da la medida monstruosa del macho dominante:
El humo sale por los resquicios de la tejavana. Al fondo, separada por viejo cañizo y sobre caballetes de pino emborronados de azul, está la cama: Jergón escueto de panocha, sábanas de estopa y manta de remiendos. Una gallina clueca escarba la tierra del piso en medio de amarillenta pollada [...] (Águila de blasón)
Los temas se entrecruzan y superponen: la soberbia que se deriva del convencimiento de poseer la autoridad por derecho de sangre, la fuerza de la religión como soporte de un sistema feroz, predicando la resignación cristiana que amaina el hambre, que acepta la crueldad y el despotismo del amo, que perdona una y otra vez en el convencimiento de que ha venido al mundo para sufrir; las mujeres de alcurnia vistiendo el triste hábito morado de la pasión cristiana, las demás usadas como moneda de cambio, virgos subastados o viejas criadas. Un pulso se entabla entre el caballero lujurioso que basa su poder en los vínculos de sangre y el clérigo sacrílego: bonete, trabuco y sotana, que basa el suyo orquestando el miedo a la muerte y el más allá. Un desafío de rencores y codicia enfrenta al mayorazgo y sus hijos. Un despotismo sin freno gobierna.

La fuerza de las palabras de Valle es arrolladora, todo es creación, en su escritura no se encuentra un solo lugar común. Puede en unas frases evocar un mundo lejano y sumergir a quien lea en un ambiente primitivo y feroz, aquel que cantaban las grandes gestas de los grandes héroes. Y en este malabarismo, quien lee descubre la parte de atrás de la tramoya épica: la soberbia, la lujuria y la avaricia.





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