lunes, 27 de noviembre de 2017
martes, 14 de noviembre de 2017
lunes, 9 de octubre de 2017
lunes, 4 de septiembre de 2017
EL JUEGO CON EL TIEMPO DE ELENA GARRO
¿Dónde quedaba mi cielo siempre cambiante en sus colores y sus nubes? ¿Dónde el esplendor del valle amarillo como un topacio? Nadie se preocupaba de mirar al sol que caía envuelto en llamaradas naranjas detrás de los montes azules. Se hablaba del calor como de una maldición y se olvidaba que la belleza del aire incendiado proyectaba los rostros y los árboles humeantes en un espejo purísimo y profundo. Ignoraban las jóvenes que el reflejo de sus ojos era el mismo que el de la luz inmóvil de agosto. En cambio, yo me veía como joya. Las piedras adquirían volúmenes y formas diferentes y una sola me hubiera empobrecido con sólo moverse de lugar. Las esquinas se volvían de plata y oro. Los contrafuertes de las casas se abultaban en el aire de la tarde y se afilaban hasta volverse irreales en la luz del amanecer. Los árboles cambiaban de forma. Los pasos de los hombres sacaban sonidos de las piedras y las calles se llenaban de tambores. ¿Y qué decir de la iglesia? El atrio crecía y sus muros no pisaban tierra. La sirena de la veleta apuntaba con su cola de plata hacia el mar, nostálgica del agua. Un canto de chicharras inundaba el valle, se levantaba de las bardas, aparecía cerca de las fuentes inmóviles; las chicharras eran las únicas que agradecían al sol que llegara a la mitad del cielo. Nadie miraba las lagartijas tornasoles. Todo mi esplendor caía en la ignorancia, en un no querer mirarme, en un olvido voluntario. Y mientras tanto mi belleza ilusoria y cambiante se consumía y renacía como una salamandra en mitad de las llamas.
Blandina, la costurera, llegó una mañana provista de sus lentes y su cesto de costura. Su cara morena y su cuerpo pequeño reflexionaron unos momentos antes de entrar en el cuarto de costura.
—No me gustan las paredes; necesito ver hojas para recordar el corte —aseguro con gravedad y se rehusó a entrar.
Félix y Rutilio sacaron la maquina Singer y la mesa de trabajo al corredor…
—¿Aquí está bien, doña Blandina?
La costurera se sentó con parsimonia ante la máquina, se ajustó los lentes, se inclinó e hizo como si trabajara; luego levantó la vista consternada.
—¡No, no, no! Vamos allá, frente a los tulipanes… ¡Estos helechos son muy intrigantes…!
Los criados colocaron la máquina de coser y la mesa frente a los macizos de tulipanes.
Blandina movió la cabeza.
—¡Muy vistosos! ¡Muy vistosos! —dijo con disgusto.
Félix y Rutilio se impacientaron con la mujer.
—Si no les molesta prefiero estar frente a las magnolias —dijo con suavidad y avanzó con su trote menudo hacia los árboles, pero una vez frente a ellos exclamó desalentada:
—Son muy solemnes y me dejan triste.
La mañana paso sin que Blandina encontrara el lugar apropiado para su trabajo. A mediodía se sentó a la mesa meditando con gravedad sobre su problema. Comió sin ver lo que le servían, abstraída e inmóvil como un ídolo. Félix le cambiaba los platos.
—¡No me mire así, don Félix! ¡Póngase en mi triste lugar, meter tijeras a telas caras, rodeada de paredes y de muebles ingratos…! ¡No me hallo!
Por la tarde Blandina «se halló» en un ángulo del corredor.
jueves, 17 de agosto de 2017
DESLEALTAD A JOSÉ DONOSO
No eran capaces de vivir sin la presencia de mi mirada envidiosa creando su felicidad, el dolor de mis ojos que los contemplaba iba suministrando la dicha que ellos consumían. No fue a mí —yo era descartable—, fue a mi envidia que don Jerónimo tuvo a sueldo durante tantos años. Pero yo me quedé con la mirada cargada de poder, eso es mío, no se la doy, no voy a permitir que me la quiten [...]
[...] quédate aquí para que veas cómo soy capaz de hacer el amor, quiero que te extasíes ante la fuerza de mi virilidad que tú no tienes, mi sabiduría en estas artes que tú ignoras, y compruebes con tu mirada envidiosa mi capacidad para demoler la simulada resistencia de la Violeta, préstame tu envidia para ser potente [...]
martes, 1 de agosto de 2017
LAS BOQUITAS PINTADAS DE MANUEL PUIG
domingo, 23 de julio de 2017
"ANCHO MAR DE LOS SARGAZOS", LA EXUBERANCIA DEL CARIBE
Acabo de leer a una autora para mí desconocida: Jean Rhys, nacida en Las Antillas en 1890, que tiene la original idea de recoger al personaje más misterioso e indefinido que perfila Charlotte Brontë en su novela Jane Eyre ─la primera mujer de Mr. Rochester─ y convertirlo en protagonista de Ancho mar de los Sargazos, un libro inquietante que retrata el mundo mezclado de las islas caribeñas.
Se trata de un paraíso habitado por el mal y la vigilancia mutua entre poblaciones que no logran convivir, porque la infamia de la esclavitud todavía está presente como un espectro al acecho, hundiendo su hoja afilada entre los blancos y los negros. Los blancos siguen manteniendo su posición dominante, controlando los negocios y el dinero; los negros se saben dueños de la base social que mantiene la vida en aquella tierra. Pero ¿qué puede esperar allí una mujer blanca y pobre?
La vida marginal de Antoinette, construida en la infancia con referentes en los que no se encaja, configura una personalidad deforme en la que predomina la desconfianza y el miedo. El escenario de desarrollo es una tierra espléndida, exuberante, que rodea a los personajes con un espejismo de plenitud que no podrán alcanzar: el elemento humano distorsionador emponzoña el edén con sus rencores, sus inseguridades, sus miedos, y aquello que hubiera podido ser equilibrado y bello se transforma en demencia diabólica. No se sabe qué es lo que altera los sentidos: los fuertes aromas de las flores al anochecer, los colores y el ruido ensordecedor de los insectos en el crepúsculo, la calidad del aire, el agua transparente de los lagos o el mundo hermético del Caribe. Imposible que allí germine el espíritu victoriano de un Mr. Rochester para quien las rentas y el prestigio de su condición social lo son todo: una sensibilidad refrenada por las convenciones sociales a quien se le ha dado atisbar la explosión vital sin contenciones:
Odiaba las montañas y las colinas, los ríos y la lluvia. Odiaba los ocasos, fuera cual fuese su color, odiaba su belleza y su magia, y odiaba el secreto que nunca llegaría a descubrir. Odiaba la indiferencia de aquel lugar, así como la crueldad que formaba parte de su belleza. Y, sobre todo, odiaba a Antoinette. Sí, porque pertenecía a aquella magia y belleza. Me había dejado sediento, y toda mi vida sentiría sed y deseo de aquello que había perdido, antes de encontrarlo.
Y cierro el libro con la sensación, no meditada, de que con esta novela Jean Rhys está desafiando a Charlotte Brontë al enfrentar un mundo dominante, encauzado y frío a su complementario sometido, desbordante y explosivo.
lunes, 10 de julio de 2017
domingo, 7 de mayo de 2017
DESCUBRIENDO AUTORES: VICENTE MUÑOZ PUELLES FRENTE A *****
No me gusta decir que algo que leo es una baratija y publicarlo. Esto me pasa ahora mismo con la última lectura de un tal ****, joven muy titulado en másteres y doctorados, pero buscando la rendija por donde descollar más que la destreza literaria. Y digo esto porque su libro tiene una estructura perfectamente amoldable a un guion de serie televisiva (ese género tan solicitado), con un estilo minuciosamente descriptivo pero sin cocinar: Fulano mira, coge, se pone, sale, entra y caga o mea. Así con seis personajes distintos que acabarán relacionándose al fin del día (porque el argumento se desarrolla en un solo día), encajando la relación con fórceps. Los temas son tópicos adecuados para ajustarse al gusto de la mayoría de posibles espectadores, los personajes vulgares y el mensaje nulo. En fin, una lectura de esas que llenan las mesas de las librerías y las páginas de comentarios literarios de las revistas y periódicos que necesitan publicar una sección cultural todas las semanas. ¿Cómo llamar a esto? ¿Escritura promocional, de diseño editorial, puro mercado?
Pero, casualmente, mi siguiente libro ha sido un descubrimiento gozoso: Vicente Muñoz Puelles, un biólogo valenciano que nació en 1948 y escribe libros de distintos géneros. Ni idea de su existencia. Leo Anacaona, un divertimento erótico que tiene una estructura fragmentada con cinco personajes distintos, un juego similar al de ****, pero la diferencia es sideral. Muñoz Puelles tiende hilos sutiles que dejan al lector la tarea de ir descubriendo quién es quién y la relación, entre fantástica y real, que une a los personajes cuyas voces deja flotando sin previa identificación. Una delicia de lectura, con pasajes dignos del Italo Calvino de Las ciudades invisibles en algunos de los cuentos intercalados, con el uso finísimo de la ironía y con los juegos, entre bromas y veras, de historias acreditadas de nuestra cultura.
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**** podría sustituirse por cientos de nombres.