lunes, 9 de enero de 2017

EL RENACIMIENTO DE HARLEM: ZORA NEALE HURSTON



Tras el descubrimiento del movimiento artístico que se desarrolló en Harlem entre los años 1920 y 1930 busco algún autor representativo y elijo a Zora Neale Hurston, una mujer que además de antropóloga era novelista, pero cuya obra no fue reconocida hasta los años setenta.

El título de la novela a la que me enfrento es Their eyes were watching God y elijo el verbo de la frase con toda la intención porque su lectura ha sido un desafío. Con la mayor alegría empecé con la versión original en inglés y en el sexto párrafo tuve que frenar porque me topé con la reproducción del habla de la comunidad negra de Florida:

What dat ole forty year ole ’oman doin’ wid her hair swingin’ down her back lak some young gal?

Imposible seguir adelante descifrando con dificultad el 'ole' y el 'lak'. Así que humildemente me paso a la versión traducida (Sus ojos miraban a Dios), y ahí me tropiezo con otro inconveniente: el intento de aproximación al argot sustituyéndolo por algo similar en el idioma al que se traduce, lo que le roba la singularidad (que es la sustancia del argot), pero que agradezco porque me permite entrar en un territorio al que me es imposible acceder.

Paso por alto cualquier inconveniente porque los dos primeros párrafos de la novela habían dejado caer la semilla del interés y me dejo llevar por la voz de la narradora a las animadas reuniones en los porches de Eatonville, la ciudad habitada solo por gente de color, y escuchar las interminables conversaciones de los hombres con verborrea que tienen ansias de trascendencia: "¿Qué es lo que hace que un hombre se aparte de un carbón encendío, la prudencia o la naturaleza?" Y ahí empieza una lucha verbal que me hace soltar unas cuantas carcajadas.

La historia de Janie Crawford contada por ella misma va dibujando la imagen de una mujer que llega a la emancipación a través de la pasión (y escribir esto me ha sugerido la idea de una anti-Madame Bobary, puesto que las dos juegan en el terreno del amor romántico). Solamente el despertar de su sensualidad anestesiada hace que se descubra y camine hacia la autoafirmación haciendo frente a las convenciones. Las convenciones, las formalidades, tan extraordinariamente representadas en las tertulias de los porches, sacrificando con sus lenguas al individuo que se atreve a experimentar y logra florecer porque les provoca una envidia insoportable o una imagen de su propia dejadez. La valentía de Janie es seguir su impulso vital rompiendo las reglas cuando es preciso y el mérito de Zora Neile Hurston es no castigarla por ello.

En esto se nota la mano de una mujer (por contraste, vuelve a mi pensamiento Flaubert): su heroína puede triunfar y salir fortalecida tras la lucha con el dragón vigilante de las normas.

Hay en el libro muchos otros estímulos: la mirada a una cultura distinta desde el punto de vista de una mujer negra que construye un personaje femenino transgresor; un lenguaje poético en los interludios en los que la narradora nos hace mirar la luz cambiante del día que cubre con delicadeza un mundo pobre y sometido, con la huella de la terrible esclavitud en la voz de la abuela Nanny, el peso del color de la piel en el pensamiento de la señora Turner o la ilusoria superioridad del macho en el comportamiento de Joe Starks. Pero sobre todas estas variaciones flota el encanto, la seducción, la irresistible llamada a los sentidos que envuelve al joven Tea Cake "como una mirada de Dios" capaz de aupar a Janie a una esfera superior.





Milagros González Á.

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