lunes, 4 de septiembre de 2017

EL JUEGO CON EL TIEMPO DE ELENA GARRO



Elena Garro, un descubrimiento para mí, mezcla los tiempos con una habilidad extraordinaria. En algún sitio leí que era una precursora del realismo mágico (aunque ella se resistía a la etiqueta). Su novela Los recuerdos del porvenir se publica en 1963, cuatro años antes que Cien años de soledad.



Garro es mejicana y lleva la Revolución en su memoria. Su libro está lleno de innovaciones: la voz de la ciudad (Ixtepec) dirige la narración desde distintas perspectivas, acercándose o alejándose de sus habitantes, reivindicando su esencial clima, su carácter tórrido, en un admirable monólogo:

¿Dónde quedaba mi cielo siempre cambiante en sus colores y sus nubes? ¿Dónde el esplendor del valle amarillo como un topacio? Nadie se preocupaba de mirar al sol que caía envuelto en llamaradas naranjas detrás de los montes azules. Se hablaba del calor como de una maldición y se olvidaba que la belleza del aire incendiado proyectaba los rostros y los árboles humeantes en un espejo purísimo y profundo. Ignoraban las jóvenes que el reflejo de sus ojos era el mismo que el de la luz inmóvil de agosto. En cambio, yo me veía como joya. Las piedras adquirían volúmenes y formas diferentes y una sola me hubiera empobrecido con sólo moverse de lugar. Las esquinas se volvían de plata y oro. Los contrafuertes de las casas se abultaban en el aire de la tarde y se afilaban hasta volverse irreales en la luz del amanecer. Los árboles cambiaban de forma. Los pasos de los hombres sacaban sonidos de las piedras y las calles se llenaban de tambores. ¿Y qué decir de la iglesia? El atrio crecía y sus muros no pisaban tierra. La sirena de la veleta apuntaba con su cola de plata hacia el mar, nostálgica del agua. Un canto de chicharras inundaba el valle, se levantaba de las bardas, aparecía cerca de las fuentes inmóviles; las chicharras eran las únicas que agradecían al sol que llegara a la mitad del cielo. Nadie miraba las lagartijas tornasoles. Todo mi esplendor caía en la ignorancia, en un no querer mirarme, en un olvido voluntario. Y mientras tanto mi belleza ilusoria y cambiante se consumía y renacía como una salamandra en mitad de las llamas.

  
Decenas de personajes se mueven por una trama de amor, terror, traiciones y muerte, como en la letra de una ranchera de la Revolución. Julia y el general Francisco Rosas, los Moncada, toda la sociedad mestiza de Ixtepec y la guarnición que acompaña al general con sus queridas; los indios siempre dignos y algún personaje menor memorable que deja huella en una aparición fugaz:

Blandina, la costurera, llegó una mañana provista de sus lentes y su cesto de costura. Su cara morena y su cuerpo pequeño reflexionaron unos momentos antes de entrar en el cuarto de costura.

—No me gustan las paredes; necesito ver hojas para recordar el corte —aseguro con gravedad y se rehusó a entrar.

Félix y Rutilio sacaron la maquina Singer y la mesa de trabajo al corredor…

—¿Aquí está bien, doña Blandina?

La costurera se sentó con parsimonia ante la máquina, se ajustó los lentes, se inclinó e hizo como si trabajara; luego levantó la vista consternada.

—¡No, no, no! Vamos allá, frente a los tulipanes… ¡Estos helechos son muy intrigantes…!

Los criados colocaron la máquina de coser y la mesa frente a los macizos de tulipanes.

Blandina movió la cabeza.

—¡Muy vistosos! ¡Muy vistosos! —dijo con disgusto.

Félix y Rutilio se impacientaron con la mujer.

—Si no les molesta prefiero estar frente a las magnolias —dijo con suavidad y avanzó con su trote menudo hacia los árboles, pero una vez frente a ellos exclamó desalentada:

—Son muy solemnes y me dejan triste.

La mañana paso sin que Blandina encontrara el lugar apropiado para su trabajo. A mediodía se sentó a la mesa meditando con gravedad sobre su problema. Comió sin ver lo que le servían, abstraída e inmóvil como un ídolo. Félix le cambiaba los platos.

—¡No me mire así, don Félix! ¡Póngase en mi triste lugar, meter tijeras a telas caras, rodeada de paredes y de muebles ingratos…! ¡No me hallo!

Por la tarde Blandina «se halló» en un ángulo del corredor.

Y después Blandina se retira discretamente de la historia.

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