sábado, 26 de diciembre de 2020
viernes, 11 de diciembre de 2020
miércoles, 25 de noviembre de 2020
viernes, 13 de noviembre de 2020
miércoles, 4 de noviembre de 2020
miércoles, 28 de octubre de 2020
viernes, 4 de septiembre de 2020
jueves, 23 de abril de 2020
LECTURAS EN LA PANDEMIA: NOVELA NEGRA Y UN ENSAYO DIVERTIDO.
Hemos rebasado los cuarenta días de encierro y seguimos sin saber hasta cuándo durará. La intranquilidad me pica. Intento una estrategia: dejar correr la imaginación detrás de la complicada captura del asesino.
Pido consejo a una experta lectora de novela negra, un género al que se le supone esa virtud que se define generalmente como ‘enganche’. La lista que me facilitó Ana era mayoritariamente de mujeres y, una de ellas, Alicia Giménez Bartlett, española, de Albacete para más señas, crea un personaje de policía femenino con el que escribe una serie de libros. Leí el primero: Ritos de muerte y lo hice en dos días, cosa para mí extraordinaria, lo que quiere decir que funcionó el ‘enganche’. Una escritura fluida y sin complicaciones, ingeniosa a veces, hace que la trama tire del lector hacia delante sin tropezar en reflexiones. Aunque, a veces, una incomodidad me tiraba de las orejas: ¿la novela negra te invita a empatizar con la policía?, ¿la crueldad se normaliza cuando viene de tu heroína?, ¿está permitido saltarse la decencia humana básica al ejercer tu pequeña parcela de poder si eso da contundencia a tu personaje?
En los respiros de la lectura se me iba el recuerdo a Vázquez Montalbán, de cuyos Mares del Sur no guardaba esa turbia sensación. Así que he hecho la prueba con Los pájaros de Bangkok que me ha servido para confirmar que puede tocarse el tema policiaco sin caer en el relajo moral. Tiene además su escritura una rotundidad y una variedad de matices que no se encuentran en Ritos de muerte; y una intencionalidad social crítica que se eleva por encima de la anécdota:
De aquel mundo lleno de sepulturas, sólo escapan las siluetas fugitivas de la holandesa y el "pocavergonya", de Archit y Teresa, vividores por cuenta ajena entre gentes condenadas a morir, y quería decirle a aquella malcriada que con ella había viajado la muerte y que había ido derribando vidas como fichas de dominó, con tal de salirse con la suya, y que la suya era un estúpido final de ligue en una playa de invierno llena de rascacielos deshabitados, entre dos mares afectados por distintos ritmos de agonía.
De momento voy a frenar la vía policiaca porque alguna más me empacharía. He cogido un poco al azar un ensayo de David Foster Wallace, un escritor que fue símbolo de la modernidad literaria norteamericana de fines del siglo XX, que se titula Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, donde desmenuza un viaje de placer a bordo de un crucero de recreo: ha sido agradable la lectura, con el añadido práctico de que ya no me hará falta embarcarme en un crucero para saber lo que puedo esperar de él. Parece ser un microcosmos donde se reúne toda la maldad capitalista y sus distorsiones sociales. Me he encontrado con varias expresiones felices que son como un compendio del clima supuestamente exquisito que se crea en estos viajes supuestamente exclusivos. Anoto dos: una es la del “camarero gastropedante”. La otra, viene incrustada dentro de esta frase:
También hay otra forma de reaccionar frente a la muerte. No el acicalamiento sino la excitación. No el trabajo duro sino la diversión dura.
¡Ah, la diversión dura! Esa obligación de los ricos y sus imitadores para sentirse a salvo de la muerte.
martes, 10 de marzo de 2020
domingo, 9 de febrero de 2020
"TEMPORADA DE HURACANES"
Ayer terminé el libro Temporada de huracanes, escrito por una mujer joven mejicana, Fernanda Melchor.
Es un libro intenso y desagradable, con todos los méritos de la buena escritura, pero manejando un material muy crudo, exponiendo todas las miserias minuciosamente ordenadas en capítulos de párrafo único que enfocan un mismo hecho desde distintas perspectivas. Están muy bien resueltos los cambios de voz dentro de un discurso de flujo: a través de una tercera persona se imita el habla vulgar, integrando los parlamentos que fluyen de un personaje a otro, de un punto de vista a otro, de manera que consigue simular una voz coral, voz del pueblo, indignada, violenta, plagada de latiguillos obscenos.
El tema se centra en una comunidad de individuos pobres, marginados, sometidos a la ignorancia, la magia y la violencia, con rastros de Rulfo y de Comala. Oscura y terrible historia que no deja respiro: a medida que avanza el relato se baja más y más hacia un infierno sin puertas. Quizá tenga una relación ─incluso estructural: introducción, desarrollo, moraleja─ con lo que se llama el narcocorrido.
Nada que objetar al aspecto técnico de construcción de la novela, pero me incomoda mucho la descarnada presentación del tema y ahora, escribiendo esto, caigo en la cuenta de un paralelismo que me es útil para expresar mi malestar. El otro día leía una crítica sobre una película española que da mucho que hablar últimamente y se hacía referencia a lo que los cinéfilos han dado en llamar el travelling de Kapó.
Kapò es una película que Gillo Pontecorvo rodó en 1960 en la que una mujer, dentro de un campo de exterminio nazi, decide suicidarse arrojándose a una alambrada electrificada. La cámara registra el hecho y luego se acerca hasta encuadrar perfectamente el rostro y los brazos de la mujer estéticamente desplegados. Y esta forma de reencuadrar artísticamente un cadáver dio lugar a una valoración ética por parte del director de cine Jacques Rivette:
Aquel que decide en ese momento hacer un travelling de aproximación para reencuadrar el cadáver en contrapicado, poniendo cuidado de insertar exactamente la mano alzada en un ángulo de su encuadre final, ese individuo sólo merece el más profundo desprecio.
No quiero pararme más en por qué el libro me ha traído a esta asociación, ni a considerar si ambas manifestaciones son comparables. De momento me limito a escribirlo.