domingo, 1 de diciembre de 2019

Susana Constante, esa brillante desconocida




Repaso mi biblioteca y caigo en un libro especial: el primer premio que se dio en el certamen literario de narrativa erótica La sonrisa vertical. La autora es Susana Constante, una argentina exiliada en España cuando el general Videla asomaba la patita en su país. La educación sentimental de la señorita Sonia es una delicia que conjuga varios aspectos: la ironía, la escritura estimulantemente esquiva y preciosista y el inestimable punto de vista femenino en un tema que tradicionalmente ha sido tratado por y para el hombre. Este antipatriarcalismo del año 1979 me complace enormemente porque está en estado puro, al margen de modas y posturas.
Es este uno de los muchos casos de excelentes obras que quedan enterradas bajo la presión insufrible del mercado editorial que promueve una literatura de aluvión: narraciones de receta con ingredientes perfectamente medidos y facilísimos de digerir porque se han leído cientos de veces en combinaciones ligeramente distintas. Ver entronizados por las voces públicas a amanuenses sin inspiración ni formación frente a olvidados descubridores de nuevas formas de expresión, de insólitos cauces por los que puedan deslizarse otras maneras de contemplar el mundo es desalentador.
Susana Constante usa una prosa salpicada de inspiración poética, de travesuras sintácticas en el dificilísimo equilibrio que un asunto de naturaleza erótica debe mantener para no ir al grano por la vía de la pura descripción gimnástica.
Lo que hace de esta mujer una escritora notable son distintos detalles, por ejemplo una fina inteligencia para captar los matices y la capacidad de expresarlos en una pincelada que concentra un sentimiento:
Llovían penas. Picudas, estrelladas, elongadas, gordas penas que sin estallar rodaban por las piedras del jardín o sobre el cristal, marco complaciente del rostro redondo, blanco, purificado por una pena perfecta.
O la habilidad para conseguir el distanciamiento de la literatura romántica exhibiendo uno de sus fetiches más manoseados:
Afuera se levantaba la luna, la traqueteada esfera protagonista de tanta cita y tanto crimen, tanto verso gentil, que a esas alturas poco —si acaso, la palabra «luna»— podía decirse de ella.
Y, sobre todo, ese punto de vista de cómo una mujer ve a sus potenciales amantes, despojados de los mitos de la virilidad todopoderosa. Y a la vez, la derrota de la arrogancia de la mujer bella fracasando en su, para ella indiscutible, derecho de conquista.

sábado, 29 de junio de 2019

MEDITACIONES LITERARIAS

 

 

Mi fe en el futuro de la literatura consiste en saber que hay cosas que sólo la literatura, con sus medios específicos, puede dar.

 

Y yo, leyendo esta frase en las Seis propuestas para el próximo milenio, de Italo Calvino, recupero mi fe en el poder transformador de la literatura. A veces flaqueo al escuchar comentarios de personas que admiro y respeto opinando sobre 'la ficción' con un alejamiento que a mí me parece desdeñoso. No logro comprender su falta de interés en penetrar en los textos y traducir a impresiones, sensaciones o aprendizaje los sutiles hilos de la buena escritura.

En este libro imprescindible para el lector militante, Calvino reflexiona sobre la Visibilidad, uno de los valores que atribuye a la literatura y escribe:

 

De cualquier modo, todas las «realidades» y las «fantasías» pueden cobrar forma sólo a través de la escritura, en la cual exterioridad e interioridad, mundo y yo, experiencia y fantasía aparecen compuestas de la misma materia verbal; las visiones polimorfas de los ojos y del alma se encuentran contenidas en líneas uniformes de caracteres minúsculos o mayúsculos, de puntos, de comas, de paréntesis; páginas de signos alineados, apretados como granos de arena, representan el espectáculo abigarrado del mundo en una superficie siempre igual y siempre diferente, como las dunas que empuja el viento del desierto.

 

Y comprendo, en una instantánea iluminadora, lo que me mantiene fiel a la lectura: que el conocimiento al que nunca hubiera accedido por suponer un largo y tortuoso camino de áridas disciplinas difíciles de sintonizar, se produce muchas veces como una 'visión' de conjunto en la que se funden intuición y descubrimiento: una imagen mental provocada por las palabras justas en una situación inventada, puede hacer saltar la chispa de una nueva idea que reorganiza la mirada.

 

lunes, 18 de marzo de 2019

"EL DESFILE DEL AMOR": UN EJÉRCITO DE SOMBRAS

 

 

Es la una de la tarde, una hora extraña para acabar una novela, sin embargo lo hago; anoche abandoné la lectura deliberadamente cuando quedaban solamente cuatro páginas porque quería degustar sin prisas el final. Y el final me deja abandonada a mí, sin aclarar el enigma que  recorre todo el relato: ¿quién mató a Erich María Pistauer, el joven austriaco, hijastro del siniestro ultraderechista mejicano Arnulfo Briones? La decepción de una lectura superficial que buscaba la solución al enigma, deja enseguida paso a la reflexión y se define ahora con claridad la tesis del libro: es prácticamente imposible llegar a ‘la verdad’ de los acontecimientos políticos. El historiador rastrea, busca las fuentes que puedan dar luz a determinado hecho, pero cada fuente ofrece una interpretación mezclada con sus propias obsesiones e intereses. El propio historiador irá sumergiéndose en un teatro de sombras que llegará a deformar la realidad, si es que esta existe como un ente independiente del observador. Es muy inquietante esta posibilidad porque todo nuestro mundo de valores toma como referencia la objetividad de los hechos, lo que damos en llamar 'la verdad'.

Supongo que esta cuestión se habrá debatido largamente por los filósofos, pero yo desconozco esa disciplina y algún intento de acercarme a ella me ha rendido pronto porque su lenguaje me es ajeno. Sin embargo, a través de la ficción me llega como un balazo esta duda que amenaza con desmoronar muchos de los ejes en que se mueve mi razonamiento. El poder de la sugerencia en literatura es enorme.

Estoy hablando de El desfile del amor, de Sergio Pitol, escritor contemporáneo mejicano, a quien llego por algún comentario de Enrique Vila-Matas. Su escritura es de una envidiable fluidez, con párrafos larguísimos que nunca pierden el ritmo y la armonía. Es un auténtico maestro engranando una trama detectivesca con un panorama histórico extraordinario, el Méjico de 1942, que es como un crisol donde se funden las ideologías y culturas que marcaron a fuego y sangre el siglo XX.

 

Por cierto,  que he visto El desfile del amor, al enterarme por el personaje de Delfina que el título es igual al de una comedia musical de Lubitsch, del año 1929 y no he encontrado el punto de conexión con la novela, salvo una canción que interpreta Maurice Chevalier pasando lista a todos sus amores, pero me ha parecido una asociación muy endeble. Quizás sea un chiste interno del autor o, más probablemente, una incapacidad mía para captar su sentido.

Y también he comprobado la ligereza con la que se escriben las reseñas de la contracubierta de los libros: describiendo el ambiente que el autor recrea, se cita a los refugiados políticos: desde los republicanos españoles a los nobles balcánicos, pasando por Trotski y sus discípulos, lo que tiene un pasar relativo, puesto que ninguno de ellos aparece en la novela, pero citar a una “Mimí, la sombrerera”, que no asoma la nariz en ningún momento, me parece que indica que quien escribió la reseña estaba leyendo varios libros a la vez y traspapeló los personajes.