lunes, 20 de diciembre de 2010

ANOTACIONES SOBRE FRANCIS BACON PROVOCADAS POR CORTÁZAR

Hay un eco en Rayuela que no se acababa de definir en mi cabeza y que intuía fundamental. Al leer la alusión a los ‘idola fori’:

Y todo eso tan ridículo y gregario podía ser peor todavía en otros planos, en la meditación siempre amenazada por los idola fori, las palabras que falsean las intuiciones, las petrificaciones simplificantes, los cansancios en que lentamente se va sacando del bolsillo del chaleco la bandera de la rendición. (Cap. 48)

me fui a husmear lo escrito por Francis Bacon y encontré que el Novum Organum es inteligible y trata de combatir todos los prejuicios que hasta entonces habían impedido avanzar el pensamiento. Sabemos que lo logró en lo que se refiere a la investigación científica; sin embargo, no consiguió introducir algo de aquel método en el campo de la comunicación humana.

Me estoy refiriendo, por ejemplo, a los falsos historiadores que tergiversan y logran difundir un pasado manipulado. O aquellos que hacen pasar por lógico lo que a todas luces va contra el más simple razonamiento. 

Francis Bacon, que nació el mismo año que Góngora, establece cuatro especies de ‘ídolos’ que enturbian el espíritu humano e impiden su avance:

  • Los ‘idola tribus’, que tienen su origen en la misma naturaleza del hombre y en la tribu o género humano.
  • Los ‘idola especus’ que tienen su fundamento en la naturaleza de cada individuo.
  • Los ‘idola fori’ que provienen de la reunión y de la sociedad de los hombres.
  • Los ‘idola teatri’, que no son innatos en nosotros, ni furtivamente introducidos en el espíritu, sino que son las fábulas de los sistemas y los malos métodos de demostración los que nos los imponen.

Más adelante, va focalizando y escribe:

Los más peligrosos de todos los ídolos, son los del foro, que llegan al espíritu por su alianza con el lenguaje. Los hombres creen que su razón manda en las palabras; pero las palabras ejercen a menudo a su vez una influencia poderosa sobre la inteligencia, lo que hace la filosofía y las ciencias sofisticadas y ociosas. El sentido de las palabras es determinado según el alcance de la inteligencia vulgar, y el lenguaje corta la naturaleza por las líneas que dicha inteligencia aprecia con mayor facilidad. Cuando un espíritu más perspicaz o una observación más atenta quieran transportar esas líneas para armonizar mejor con la realidad, dificúltalo el lenguaje; [...]


Leído esto,  el comentario de Cortázar es, en mi opinión, de lo más oportuno; hoy, casi cincuenta años después de la publicación de su novela, nuestro mundo ha sido invadido por los ídolos. Las palabras se pulsan como botones mágicos que desencadenan una reacción automática. La verosilimilitud de las frases se sustituye por la difusión y la repetición, que es lo que las sanciona como evidentes.

No hay método en la comunicación entre humanos, no hemos encontrado todavía el método para transmitir que es urgente armonizar mejor con la realidad e identificar, denunciar y abolir las petrificaciones simplificantes

 

 

 

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Brasil con unas gotas de Guatemala, Perú y Chile

 

Un día se me despertó el deseo de leer algo de literatura brasileña, de la que conocía muy poco. La espoleta saltó durante una conversación con un refinado lector quien, sabiendo mi admiración por Laurence Sterne, me recomendó las Memorias póstumas de Blas Cubas, de Machado de Assis,  curiosa novela que empieza con el “óbito del autor” y le permite la rarísima peculiaridad de conjugar el verbo ‘morir’ en la primera persona del singular del pretérito indefinido. Hablando luego del libro con una amiga, me comentó su relación con una alumna brasileña y, por indicación suya, leí Macunaíma, de Mário de Andrade (un disfrute, me encantó), La hora de la estrella de Clarice Lispector, autora nacida en Ucrania, pero criada en Río, que tiene una escritura extraña (tanto que he tenido que hojear el libro para recordarlo y concluyo que merece una segunda lectura); un toque de Jorge Amado: Cacao y ¡cómo no! Gabriela, clavo y canela y, finalmente, a Guimaraes Rosa, que me hipnotizó al meterme en el, para mí, ignorado y monumental sertao, que creo que es el alma de Brasil.

Haciendo un inciso aquí, diré que mis lecturas se complementan con las extraordinarias herramientas que ofrece Internet, porque cuando digo que me metí en el sertao, quiero decir que pude verlo, y pasearlo, con el Google Earth.

Después decidí abrir dos libros de otras geografías próximas que había evitado en su momento, hace muchos años, porque los sabía llenos de violencia: El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias, que tenía mitificado y no me pareció superior a Los hombres de maíz (en mi opinión, un relato magistral) y La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, una novela asombrosamente sólida para un joven de veintiséis años. De aquella violencia temida solo quedaba una sombra insignificante, debido al correr del tiempo en mi persona y al desarrollo del gusto ‘gore’ en el cine y la literatura que había subido mucho el nivel de resistencia a la exposición de la crueldad.

Y rematando aquel cortísimo recorrido por la extraordinariamente fecunda América del Sur, acabé con Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, un libro gordo y enjundioso; eso que llaman ‘novela coral o polifónica’ (ambas denominaciones, no sé por qué me resultan antipáticas, aunque se ajusten a lo que se pretende definir). Prefiero hablar de mosaico: pequeñas piezas, que individualmente significan algo fragmentado pero en su conjunto construyen una imagen, la del protagonista (me parece que Arturo Belano es un ‘alter ego’, o no tan ‘alter’ del autor). Al final, no sabes si ha quedado definido o se ha escapado, es inaprensible (por otra parte, como cualquier individuo). Cuando acabo de escribir esto me viene a la memoria la imagen de la adivinanza con la que se cierra el relato y me parece haberla resuelto:

 

¿Qué hay detrás de la ventana?


¡La libertad! (Han arrancado la reja para escaparse).