martes, 16 de julio de 2024

“LIBRE. El desafío de crecer en el fin de la historia”

Lea Ypi, una mujer albanesa, ha publicado este interesante libro sobre su experiencia viviendo, como niña, en un régimen socialista y  como adolescente, en la transición hacia el capitalismo. He tenido que detenerme en el mapa de Albania y la ciudad costera de Durrës para hacerme cargo de un territorio mucho más cercano de lo que en principio me evocaba su nombre: un no lugar del otro lado del telón de acero, espacio remoto que para nuestro occidente europeo representó durante cuarenta y cinco años el mal absoluto. En esta lectura descubro la humanización de aquel sistema maldito, un punto de vista que no había tenido la oportunidad de escuchar: el de la generación que creció y se educó en el socialismo.

El libro es un relato autobiográfico que lleva el rotundo título de “Libre” y de ello trata, efectivamente. La autora puede permitirse escribir, desde su actual ubicación en Londres, con la autoridad que da la experiencia, sobre la ausencia de libertad vivida desde las dos orillas de sistemas opuestos:

Mi mundo está tan lejos de la libertad como aquel del que mis padres intentaron escapar. Ambos distan mucho de ese ideal. Pero sus fracasos adoptaron formas muy diferentes.
Personalmente, conozco bien las aberraciones represoras de las dictaduras porque viví bajo el régimen franquista con la censura total de cualquier tipo de disidencia, el peso de los antecedentes personales, la cautela en el trato con los demás y los miedos a una policía al acecho; pero no puedo detectar en aquella situación un solo aspecto beneficioso. Sin embargo, al leer la primera parte de esta novela subrayo:
«RE-CI-PRO-CI-DAD», recalcó mi padre. El socialismo se basa en la reciprocidad.
[…]
Entonces llegó el Partido, más gente empezó a leer y a escribir y, cuánto más aprendían sobre el funcionamiento del mundo, más cuenta se daban de que la religión era una ilusión, algo que los ricos y poderosos utilizaban para dar falsas esperanzas a los pobres prometiéndoles felicidad y justicia en otra vida.
[…]
En el colegio nos enseñaban a pensar en el desarrollo y en la decadencia en términos evolutivos. Estudiábamos la naturaleza a través de la mirada de Darwin y la historia a través de la de Marx. Diferenciábamos entre el mito y la ciencia, el juicio y el prejuicio, la duda razonable y la superstición dogmática.

Si yo rebobino y me sitúo en los tiempos de mi educación primaria, veo en el testero del aula los retratos de Franco y José Antonio separados por un gran crucifijo y tras la mesa profesoral una monja –toca, hábito, escapulario y rosario en la cintura–  que nos enseñaba torpemente a dividir entre una oración y una plegaria. La ciencia se limitaba, en el mejor de los casos, a la observación del gusano de seda dentro de una caja de zapatos.


También conozco la transición a la libertad del mundo libre y el orden impuesto por el libre mercado. En Albania se lo tragaron de golpe, sin respirar,  en diciembre de 1990 y la autora, viviendo su adolescencia, experimenta una desorientación total:

Cuando por fin llegó la libertad fue como si te sirvieran comida congelada. Masticamos poco, tragamos rápido y nos quedamos con hambre.
[…[
Había tantas cosas en las tiendas. No había colas. Pero no podíamos comprar nada.
[…]
Los clubes a los que solía ir de niña (de poesía, de teatro, de canto, de matemáticas, de ciencias naturales, de música o de ajedrez) desaparecieron de repente en diciembre de 1990.
El mundo libre que los había rescatado del monstruo socialista, ahora los abandonaba y ponía muros a su recién estrenada libertad:
Occidente se pasó décadas criticando a Europa del Este por el cierre de fronteras, financiando campañas para reclamar la libre circulación de los ciudadanos, condenando la inmoralidad de los estados que restringían el derecho de salida. Nuestros exiliados solían ser recibidos como héroes. Ahora los trataban como criminales.
     Quizá nunca les importó realmente la libre circulación. Resultaba fácil defenderla cuando era otro el que hacía el trabajo sucio de encerrar a la gente. Pero ¿qué valor tiene el derecho a salir de un país si no existe el derecho a entrar en otro? ¿Las fronteras y los muros solo son censurables cuando sirven para impedir que la gente salga y no cuando impiden que la gente entre?
El ‘negocio’, desvinculado de cualquier consideración ética, se convierte en el motor económico y el objetivo vital:
Por primera vez habían abierto algunos bares y discotecas. La mayoría pertenecían a organizaciones que se dedicaban al tráfico de emigrantes, al tráfico de drogas o a la trata de mujeres. Tales actividades se consideraban normales y se hablaba de los que estaban metidos en ellas de la misma forma que en el pasado se decía que este o aquel trabajaba en una cooperativa, era empleado de una fábrica, conductor de autobuses o enfermera en un hospital.
[…]
El país está en manos de gánsteres. Es una anarquía total. Ya nadie habla de soluciones políticas.
Y aquello de la reciprocidad queda enterrado en la mitificación de la elección individual, un marasmo de competitividad, voracidad financiera y libre mercado. En 1997, el caos abre la puerta a la guerra y los motivos que la originan son –como en todas las guerras– manipulables:
Asumí las historias que oía en los medios de comunicación extranjeros: que la guerra civil albanesa no se debía al colapso de un sistema financiero defectuoso, sino a las antiguas enemistades entre los diferentes grupos étnicos, los ghegs del norte y los tosks del sur. Lo acepté, pese a ser una explicación absurda, pese a no saber ni yo misma a qué grupo pertenecía, si a ambos o a ninguno.
[…]
Lo asumí, como todos los demás, igual que asumí la hoja de ruta liberal que habíamos seguido como si fuese una vocación religiosa, igual que asumí que su desarrollo solo podía verse afectado por factores externos (como el atraso de las normas que regían a nuestra comunidad) y nunca por sus propias contradicciones.
Es de agradecer la honestidad de Lea Ypi para diseccionar todas las variantes del adjetivo “libre” que titula su relato: libertad, liberación, liberal, liberalismo, liberalización y sus significados relativos que se anulan y vacían dependiendo de quién los pronuncie:
Esos mundos se superpusieron durante un breve período y, al hacerlo, vimos las cosas con ojos diferentes. Para mi familia, el socialismo era sinónimo de negación: la negación de lo que querían ser, de su derecho a cometer errores y a aprender de ellos, de explorar el mundo a su manera. Para mí, el liberalismo era sinónimo de promesas incumplidas, de destrucción de la solidaridad, del derecho a heredar privilegios, de hacer la vista gorda ante la injusticia.


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