domingo, 19 de diciembre de 2021
jueves, 2 de diciembre de 2021
domingo, 21 de noviembre de 2021
domingo, 7 de noviembre de 2021
martes, 2 de noviembre de 2021
POETA CHILENO, un hermoso relato de Alejandro Zambra
La primera sensación al abrir el libro es el encuentro con un vocabulario distinto, sonoro y rico, que me transporta a un mundo que es y no es el mío: tincudo, copuchar, pololo, polola y pololear (me encanta esta palabra), jote, chucheta, calugazo, fome y fomedad, croquera, chasquilla, condoro... y a imaginar sabores: hallulla con palta, marraquetas, queques, kúchenes, cuchuflíes y lollipops. La lista es abundantísima y mi primer impulso de consultar el diccionario a cada paso se va debilitando porque me impide seguir el hilo fluido de la narración ─una de sus mayores virtudes─, así que el primer gol me lo ha marcado el señor Zambra obligándome a respirar su atmósfera genuinamente chilena desprotegida de la armadura cultureta, señalándome el territorio preciso del que no quiere que salga. Y tiene razón, la intuición suple eficazmente a la Academia.
Un principio sin grandes sobresaltos narrativos va tomando cuerpo y conformando un estilo personal ágil y muy bien trabado con el que se sintoniza fácilmente; y la ingeniosa intromisión de la voz del autor ─en contadas pero acertadísimas ocasiones─ confesando su proceso creativo, me enlaza con una sensación muy cercana a la de la amistad.
Si en un futuro alguien desease conocer el contexto social de principios del siglo XXI y sus vacilaciones, este relato podría ilustrarlo: las nuevas identidades aflorando y conviviendo se incorporan con toda naturalidad y ciertas situaciones, cada vez más frecuentes, buscan su documentación: por ejemplo, una familia no canónica precisa encontrar la palabra que la identifique, ¿quizá 'familiastra'? Sonrío cada vez con mas frecuencia y llega un punto en que esta lectura se convierte en poco recomendable para la noche en una cama compartida porque las carcajadas reprimidas mueven el colchón.
Pero no se trata de un libro cómico, es una historia que recorre distintos registros emocionales. Como en toda obra expuesta a los demás, quien mira, escucha o lee puede interpretar el tema según su buen (o mal) entender. En mi opinión esta historia está llena de sugerencias que me llevan a pensar que trata de la génesis de un ser destinado a comprender el mundo a través de la poesía; del nacimiento, formación y consolidación del poeta chileno. Y por tanto, los detalles de la vida de su protagonista más joven, su concepción, infancia y relación con el amor y los libros se pueden trasponer al plano teórico de la literatura y sacar unas conclusiones estupendas y ─por qué no─ posibles: ¿son los padres de la poesía chilena menos fundamentales de lo que se supone? ¿nace un poeta chileno, no del germen de los grandes (padres biológicos), sino de la convivencia con los poetas menores (padrastros enamorados de la madre-inspiración genuina)?
Aunque la cuestión más importante es que simultáneamente a este acercamiento a la esfera de los poetas ─nada grandilocuente, muy doméstico, muy ameno─ lleva a quien lee a asumir su punto de vista y sentir la fascinación de las imágenes que las palabras son capaces de evocar. Y en este sentido el libro, además de presentar una divertida galería chilena de poetas vivos, también podría funcionar como una antología condensada, sobre todo en su parte final, donde van apareciendo nombres y títulos que rinden homenaje a muchos autores.
Y, por cierto, esta parte final, el capítulo Parque del recuerdo ─que es, además de un libro de poesía sin éxito, un cementerio─ logra un tono íntimo y auténtico que deja una resonancia conmovedora. Como si el poeta frustrado, lector voraz, maestro y guía literario, explicase con una narración abierta en prosa toda la nostalgia que puede encerrar un único verso logrado.
sábado, 23 de octubre de 2021
domingo, 17 de octubre de 2021
martes, 5 de octubre de 2021
lunes, 20 de septiembre de 2021
sábado, 11 de septiembre de 2021
miércoles, 1 de septiembre de 2021
jueves, 5 de agosto de 2021
martes, 20 de julio de 2021
sábado, 3 de julio de 2021
jueves, 3 de junio de 2021
martes, 11 de mayo de 2021
ANOTACIONES SOBRE JULIO RAMÓN RIBEYRO
Me gusta anotar el saludable estado de ánimo que me deja el descubrimiento de un escritor grande. Esta vez se trata de Julio Ramón Ribeyro, peruano de la generación literaria de 1950. Cada vez que me ocurre esto del descubrimiento tengo dos pensamientos contrarios: lamento mi ceguera y celebro mi ignorancia que me permite a estas alturas tener la estupenda sensación de que el océano literario es enorme e inabarcable y pescar a los buenos es una actividad emocionante.
Empecé a leer La palabra del mudo sin un gran entusiasmo porque la colección de cuentos se me parece un poco a una sucesión de platos preparados por las mismas manos con ingredientes parecidos. Pero, a medida que he ido avanzando, me he dado cuenta de que no estaba frente a una de tantas recopilaciones: iba encontrando ideas cada vez más frescas, una ironía que afinaba su sutileza y una expresión innovadora, a pesar del medio siglo transcurrido desde su publicación.
Y, al llegar a los relatos de la década de los 70 en París, me parece que la escritura se levanta con un sello tan personal y enérgico que puedo deducir la lucha del autor por conseguir un estilo propio año tras año, logrando con talento y esfuerzo ampliar los cauces de la fórmula literaria más primitiva y más frecuentada. Es un plus que añadir a este libro: la biografía muda que duerme por debajo.
El Carrusel me ha llegado como un originalísimo homenaje a la raíz de los cuentos. Ese enlace entre historias que Sherezade conseguía dejando el final para el día siguiente, lo imita Ribeyro con una gracia enorme haciendo que cada interlocutor meta su baza y nunca se alcance un final, sino una rueda infinita que podría llegar más allá del mítico número mil uno.
En Ausente por tiempo indefinido se trata algo tan universal como la frustración por no alcanzar el éxito, pero colocándolo en su envés: el logro de vivir en plenitud sin el ansia de pasar a la posteridad:
Al verlo servir, agasajar, con tanto calor, desinterés y elegancia le pareció comprender algo: que era posible llevar una vida creativa sin escribir jamás una línea. Don Carlo era un creador, pero de algo tan fugitivo y precioso como eso que ocurría ante su vista, el momento feliz. Ese albergue baldío, por el que nadie daba un céntimo, se convertía gracias a don Carlo en un templo resplandeciente donde los íntimos que venían todas las tardes creían durante unas horas estar en contacto con la eternidad, es decir, con el olvido.
Con Silvio en el rosedal me he divertido acompañando a este hombre empeñado en descifrar el sentido de la vida para, finalmente, encontrarse a sí mismo y la felicidad en la conciencia inefable de la falta de trascendencia.
Y no sabría si recomendar la lectura de Solo para fumadores a los exfumadores nostálgicos. Porque este cuento es como las cajetillas de tabaco actuales: llevan el aviso de los terribles males que puede provocarte, pero dentro contiene la promesa de conseguir conectar con el universo. Y, si no, lee este argumento que roza la locura alucinada de un enamorado:
Me dije que, según Empédocles, los cuatro elementos primordiales de la naturaleza eran el aire, el agua, la tierra y el fuego. Todos ellos están vinculados al origen de la vida y a la supervivencia de nuestra especie. Con el aire estamos permanentemente en contacto, pues lo respiramos, lo expelemos, lo acondicionamos. Con el agua también, pues la bebemos, nos lavamos con ella, la gozamos en ejercicios natatorios o submarinos. Con la tierra igualmente, pues caminamos sobre ella, la cultivamos, la modelamos con nuestras manos. Pero con el fuego no podemos tener relación directa. El fuego es el único de los cuatro elementos empedoclianos que nos arredra, pues su cercanía o su contacto nos hace daño. La sola manera de vincularnos con él es gracias a un mediador. Y este mediador es el cigarrillo. El cigarrillo nos permite comunicarnos con el fuego sin ser consumidos por él. El fuego está en un extremo del cigarrillo y nosotros en el opuesto. Y la prueba de que este contacto es estrecho reside en que el cigarrillo arde, pero es nuestra boca la que expele el humo. Gracias a este invento completamos nuestra necesidad ancestral de religarnos con los cuatro elementos originales de la vida.
miércoles, 5 de mayo de 2021
domingo, 25 de abril de 2021
sábado, 10 de abril de 2021
sábado, 27 de marzo de 2021
jueves, 4 de marzo de 2021
jueves, 25 de febrero de 2021
jueves, 18 de febrero de 2021
miércoles, 3 de febrero de 2021
ANOTACIONES SOBRE RAMÓN J. SENDER
Hoy veo en twitter que es el aniversario del nacimiento de Ramón J. Sender y me viene a la memoria aquella época en que leí muchos libros suyos. No sabría ahora decir por qué me atraía tanto, ni tampoco el orden de lectura. Probablemente el título que me dejó mejor recuerdo fue la trilogía Crónica del alba, pero no sé si achacarlo a que lo leí en verano y los libros voluminosos en verano son, junto al abanico, un maravilloso complemento para olvidarte del calor y darle prioridad a la imaginación. No puedo ir a frases destacadas porque en aquella época tenía mucho respeto por el papel encuadernado y no subrayaba, leía tragando sin pausas. Ahora lo lamento porque el rastro de ti misma que deja un subrayado es algo valioso.
De pie ante el estante de Sender miro y hojeo algunos de sus títulos. No hay huella de mi paso por ellos. Y son muchos. Dicen los teóricos que la obra literaria se remata en la recepción del lector y estoy totalmente de acuerdo. Afortunadamente la lectura digital, que tantos detractores tiene, a mí ha venido a salvarme por dos razones importantes: la estabilidad del suelo donde se apoya mi librería y la estupenda posibilidad de subrayar y comentar sin freno. Ahora, cada libro leído queda con el añadido de algo de mi cosecha, no ocupa espacio (una de las cosas con las que una se ve obligada a ser avara a medida que los años pasan) y no dejarás una herencia engorrosa a tu familia que, muy probablemente, no tenga tus mismas inclinaciones literarias. Tiene bastante menos carga emocional borrar un archivo que tirar a la basura las ocurrencias y aficiones de la abuelita.
Me fijo ahora en otro volumen importante: Los cinco libros de Ariadna, del que guardo una instantánea de mí misma leyendo acurrucada en el sofá con un nudo amargo en la garganta. Y este me lleva a otro, envuelto en el mismo aire de tristeza: Imán, su primera novela, que describía el brutal ambiente de los campamentos militares durante la guerra africana del Rif. Recuerdo una narrativa enérgica, fluida, que te arrastraba a la acción. ¡Ah, aquí está La aventura equinoccial de Lope de Aguirre! Magnífico libro de aventuras e historia. Una imagen de sacrificio sobrehumano viene a ilustrarlo: una fila de hombres embutidos en sus armaduras subiendo por los senderos de una montaña con un calor tropical; claro que no sé si he insertado en el recuerdo un fotograma de la película de Werner Herzog que adaptó el libro al cine. Y, al lado, probablemente la primera lectura que hice del autor: Réquiem por un campesino español un libro crudo que, en mi juventud, tenía el prestigio de haber sido censurado.
Paso el dedo por los lomos: Epitalamio del prieto Trinidad, El rey y la reina, El bandido adolescente, Tanit, Por qué se suicidan las ballenas. No puedo recordarlos. Bueno, la memoria tiene sus límites, pero su sola presencia dice que la obra de don Ramón J. me interesaba. Hoy, en mi biblioteca Calibre, ingenio virtual eficacísimo, habría un pequeño comentario junto a la portada que me daría una pista.
Sin embargo, otros sí siguen habitando en alguna de mis neuronas: aquí está Carolus Rex, el retrato de nuestro Carlos II, que también se transformó en guion cinematográfico. Y la deliciosa La tesis de Nancy, de la que tengo un recuerdo sonoro: las carcajadas que me hizo soltar. Sé que la he recomendado cada vez que me he tropezado con algún angloparlante en proceso de aprendizaje del español. Y otro estupendo recuerdo: Míster Witt en el Cantón, respetable señor inglés a quien los cartageneros llamaban “mister Güi”, y que es testigo de la sublevación cantonal.
En fin, hubo una época en que me nutrí de Sender y después quedó aparcado. Siempre me ha parecido una insensatez la frase: ¿Qué libro te llevarías a una isla desierta? Pues depende... Si tuviera la desgracia de tener que ir a una isla desierta mi equipaje sería necesariamente muy abultado porque no estaría dispuesta a tener que elegir. El tiempo me ha demostrado que unas épocas precisan de una cosa, y otras de sus contrarias.