jueves, 17 de agosto de 2017

DESLEALTAD A JOSÉ DONOSO



Acabo de cerrar un libro con la decisión de dejar la lectura a la mitad. Es algo que he hecho muy pocas veces, pero que creo que no será la última porque mis desinhibiciones van en aumento, afortunadamente. Creo que es cosa de la edad y del futuro relativo.



El libro es El obsceno pájaro de la noche, del chileno José Donoso, un proyecto difícil y seguramente innovador en su momento (1970), pero que me ha agotado. En su edición de papel son 568 páginas y he llegado a la mitad. Compruebo con ello que, o bien no resisto ya más allá de las 300, o que la longitud es inversamente proporcional al asombro. Quiero decir que el tono de pesadilla que me captó al principio y en el que me hundí con gran interés después, empezó a repetirse y sonarme a ya dicho y a provocar una indeseable sensación de aburrimiento. No merece esta disposición de ánimo un trabajo que tiene indudables hallazgos, donde lo mágico y lo monstruoso real se entremezcla: el chonchón, la perra amarilla, Boy y su corte de seres deformes o la santa beata que se funde con la bruja. Una rara capacidad de incrustar lo mítico en la realidad que va generando en el lector una sensación de duermevela, donde las personas pueden fundirse con otras o ser ambas a la vez y el tiempo pierde su esencia lineal.

¡Qué bueno el párrafo que describe el poder del protagonista, el Mudito, basado en haber sido testigo de la intimidad del patrón¡

No eran capaces de vivir sin la presencia de mi mirada envidiosa creando su felicidad, el dolor de mis ojos que los contemplaba iba suministrando la dicha que ellos consumían. No fue a mí —yo era descartable—, fue a mi envidia que don Jerónimo tuvo a sueldo durante tantos años. Pero yo me quedé con la mirada cargada de poder, eso es mío, no se la doy, no voy a permitir que me la quiten [...]

 Y el punto de vista del patrón, precisando cuál es la fuente de su poder:

[...] quédate aquí para que veas cómo soy capaz de hacer el amor, quiero que te extasíes ante la fuerza de mi virilidad que tú no tienes, mi sabiduría en estas artes que tú ignoras, y compruebes con tu mirada envidiosa mi capacidad para demoler la simulada resistencia de la Violeta, préstame tu envidia para ser potente [...]

martes, 1 de agosto de 2017

LAS BOQUITAS PINTADAS DE MANUEL PUIG





Ayer terminé Boquitas pintadas, de Manuel Puig, argentino del que solo conocía, a través del cine, El beso de la mujer araña; o sea, no conocía. El libro es un alarde de manipulación estética, lingüística y de estructura. Con un material que es puro cliché de la pasión, tomando como apoyo las letras del tango y del bolero, escribe una historia triste de frustraciones amorosas (tango, tango...) empleando el tono de un informe policial o de una crónica de sociedad (nunca había reparado en su gran semejanza). 
 
Dicen las crónicas que era un forofo del cine y que esto influye en su obra. Es cierto, hay capítulos en los que predomina lo que en la escritura serían los primeros planos: el tiempo detenido en cada uno de los personajes y, desde luego, un evidente empleo del flash back. 
 
Hay muchos logros: la mezcla de los distintos puntos de vista, entreverando el diálogo convencional con el interior (vía perfecta para expresar todas las modalidades de la hipocresía), el género epistolar con la descripción minuciosa en la que hablan los objetos: el álbum de fotos, la habitación de Mabel, la agenda de Juan Carlos o las cartas de amor quemándose al finalizar la narración. Y la utilización del tiempo, la constatación de cada fecha, cada hora; a cada movimiento de los personajes deja patente la presencia agobiante del ojo que vigila sin descanso, un monstruo hecho de susurros y malas intenciones, dispuesto a tragarte la honra y arruinar tu futuro. 
 
El libro habla desapasionadamente de una pasión de novela radiofónica; la cara y la cruz de una retórica vacía que llenaba la cabeza de las mujeres (y hablo conscientemente en pasado) de imágenes de celuloide con final feliz.