LOS EJERCICIOS DE DEVOCIÓN....
Por uno de esos saltos mentales a los que llego a través de
un rosario de casualidades, me da por coger esta tarde un libro del estante más
alto: Los ejercicios de devoción del
caballero Enrique Roch con la señora duquesa de Condor, obra escrita en francés
por el famoso y libertino Abate de Voisenon, y durante dos horas me sonrío,
me asombro, me sale alguna carcajada y disfruto, disfruto con este abate
ilustrado, amigo de Voltaire, descreído y vital que escribe, con una elegante
desinhibición que para nuestros días quisiéramos, la fórmula para quitarle los
desvanecimientos a una devota. La conclusión del proceso resulta ser
beneficiosa para la interesada y para la sociedad:
Diremos además que la duquesa quedó para in aeternum curada de desmayos; que al siguiente día su marido volvió del campo, y que a los nueve meses tuvo ella un chiquitín que fue la dicha de las dos familias.
Y lo que todavía necesitamos referir al lector es que en la misma tarde del desenlace de esta historia verídica fue la señora a la comedia del Tartufo; que viendo esta comedia se le quitó la venda de los ojos: cayó en la cuenta de que su padre confesor era un bribón y un pícaro que, para seducirla fácilmente, la hacía imbécil. De beata insoportable que antes era, se cambió en discreta mujer, muy sociable en su mundo, muy atenta en su casa, muy buena e indulgente con sus criados. Leyó libros profanos y pronto un claro juicio y un espíritu alegre iluminaron su razón atrofiada por las gazmoñerías y la fe cominera.
Dejó la silla que tenía en la iglesia y tomó un palco en el Teatro Francés; no dio más a los curas y a los frailes sumas cuantiosas por decir misas, por refrescar el calor de las ánimas y por encender cirios en pleno día, lo cual, a más de ser un gasto inútil es una cosa en extremo ridícula; pero mandó generosas limosnas a las cárceles de París y a los humildes hospitales; lo que gastaba en mantener a innumerables monjas holgazanas fue gastado en poner farmacias en sus extensas y lejanas tierras para provecho y bien de sus vasallos campesinos.
En fin, un gran ejemplo del "enseñar deleitando". ¡Ah, y las
Notas edificantes y recreativas del
final escritas por un tal Meunier de Querlon, son igualmente sabrosas: intentando
aclarar la enrevesada institución celestial, a cuento de una cita a los
'querubines' dice:
[...] Quien quiera conocer a fondo la jerarquía de tales seres, puede leer la obra escrita por un doctor de la Sorbona sobre las alas de los querubines. Esta obra que valió a su autor el sobrenombre de Doctor alado, no se compone más que de nueve volúmenes en folio; es el colmo del genio haber metido tantas cosas, y tan interesantes, y tan útiles, en tan pocos volúmenes.
Y ahora me pregunto ¿por qué coloqué este libro en el estante
más alto? ¿No tendré yo también algún rastro de devoción?
No hay comentarios:
Publicar un comentario