Ayer
vi una película notable: El lobo de Wall
Street, de Martin Scorsese. Durante la primera mitad se despliega un mundo
indecente, vociferante y maldecidor cuyo
fin vital es la acumulación de dinero. A punto estuve de claudicar; pero con esta fe que he desarrollado en persistir por si la gema está escondida
un poco más allá del ecuador (o mi cerebro necesita más tiempo para hacerse con
el sentido de las imágenes), seguí y me encontré con una comedia brutal (porque
sobrepasa lo negro) que ilustra muy bien el ambiente en donde crece y florece
el 'terrorismo financiero' (en feliz designación de Moreno Yagüe, abogado del
15MpaRato).
Todo es desmesura y vacío, huida y ansiedad angustiosa; un clima
infernal, como un tema de El Bosco trasladado al siglo XXI. La esencia de la
avaricia llevada al cine. Admirable la capacidad del director para transmitir
esa locura: avaricia en el vértice y codicia en la base (y aquí pienso en los
trabajadores votantes del partido político más reaccionario y depredador,
eligiendo como representante al corrupto probado) formando una pirámide podrida
que puede, no sólo sobrevivir, sino ser el motor de la economía. Y en ese
vértice, los personajes viviendo en un vértigo continuo, perdiendo su cualidad de
humanos en una regresión evidente (es genial la canción tribal que 'los
brokers' entonan como un himno, dándose golpes de pecho). Tiene muchos aciertos
la película y da algunas pistas para comparar con nuestra realidad: cómo la
policía tira del hilo de los compinches partiendo de las celebraciones de bodas
y los paseos en yate, o los viajes a Suiza de terceros para transportar dinero.
¡Qué
familiar suena todo esto!