viernes, 9 de octubre de 2009

GÓMEZ DE LA SERNA Y LA SUBLIMACIÓN DE LO COTIDIANO

 

Paseo los dedos por los estantes de libros y me detengo en Piso bajo, de Ramón Gómez de la Serna, autor en el que hasta ahora no había podido más que picotear porque me resultaba de una distancia sideral. Sin embargo, hoy empiezo a leerlo y a sentir el placer de la comunicación con el papel. Alguno de sus párrafos se me cuela dentro como un bálsamo, con lo necesitada de bálsamos que estoy, que no acabo de sacar la cabeza de mi propio pozo.

Don Pedro se sentía poseído por esa remolonería primitiva que se conserva como un tesoro que olvidó el mundo y que allí, en la plaza del Dos de Mayo, se mantenía en pie, entraba en acción por la mañana cuando el agarramiento de las mandíbulas era más firme, señalando el seguir viviendo y su divertido aburrimiento.

 […]

Le animaba la hora del barrer. Sentía que se renovaba y se depuraba su vida. A lo hecho, pecho, y que la escoba, los plumeros y el trapo se encargasen de llevárselo todo.

 […]

Se paseaba de una habitación a otra, esperando la hora del cogedor, cuando lo amontonado entre el comedor y el despacho se reunía a la puerta de la cocina. Era una cosa litúrgica, una despedida del polvo del cadáver del día, el adiós a su incineración, sorprendido siempre de que pudiese haber tanta caspa en una casa tan poco ajetreada como la suya.

 

Es un pensamiento espléndido, algo así como el misticismo de la intrascendencia, la importancia de no ser nadie y saberlo. La recolocación de los valores.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario