miércoles, 8 de enero de 2025

"Las almas muertas", NIKOLÁI GÓGOL

 

Publicada en 1842, es sorprendente por muchos motivos: desde la inquietante polisemia del título a la modernidad del estilo ─que tan pronto pasa de la tercera a la segunda o primera persona─, el sarcasmo elegante y la agudeza para elegir los detalles que mejor puedan definir la sociedad que quiere diseccionar, formada por los señores de medio pelo:

En la calesa viajaba un señor que, sin ser guapo, no tenía mal aspecto, ni demasiado gordo ni demasiado flaco; no podía afirmarse que fuera viejo, pero tampoco era lo que se dice joven. […] No hablaba ni fuerte ni bajo, sino como es debido.


A estas señas responde el protagonista Pável Ivánovich Chíchicov, comprador de almas muertas (siervos fallecidos); un emprendedor que tiene la suya carbonizada por la pasión de prosperar a toda costa. Para llevar a cabo este negocio fraudulento de comprar muertos todavía censados para especular con ellos, visita a distintos terratenientes propietarios de almas (siervos ligados a la tierra) y trata con funcionarios y militares de distinto rango que forman una galería de retratos muy variada, seguramente prototipos de la época que son reconocibles también hoy en nuestras latitudes.

Y hablando de retratos, su adhesión al realismo (el nuevo movimiento literario del que es precursor en su país) es peculiar, informal y divertida, un tono que dominará todo el relato:

[…] el autor siente un extraordinario apego por los detalles hasta en sus más mínimos aspectos y, en relación con esto, si bien es ruso, quiere ser meticuloso como un alemán.


Y es que, según documenta la estupenda traductora Marta Rebón, los alemanes que se instalaron como colonos en Rusia a fines del siglo XVIII, se mantuvieron distantes y distintos, con poca afición a mezclarse con los autóctonos. De ahí las pullas que reciben en el texto y que comparten con los franceses (en este caso colonizadores culturales):

¡Es costilla de cordero con gachas! No es el fricasé que preparan en las casas señoriales a base de cordero que hace más de cuatro días que se pasea por el mercado. Todo eso son inventos de doctores alemanes y franceses; ¡si por mí fuera, mandaría que los ahorcaran! Han inventado la dieta, ¡curar con hambre! ¡Como tienen una escuchimizada naturaleza alemana, se piensan que así arreglarán los estómagos rusos!


Cita que nos da pie a comentar otra peculiaridad: las comilonas que jalonan cada encuentro de Chíchicov con sus interlocutores que, mirándolas mal, son una exaltación de la gula y contrastan con el hambre campesina:

Y, mientras los invitados jugaban al whist, vieron aparecer, en la mesa de al lado, beluga, esturión, salmón, caviar prensado, caviar recién salado, arenques, esturión estrellado, quesos, lenguas ahumadas y lomos de esturión curado;


Pero también evidencian un sentido de la hospitalidad extraordinario, siempre entre iguales, evitando cualquier roce con alguien considerado de inferior categoría, un detalle que impregna el texto y de vez en cuando se hace explícito:

Pero al autor le abochorna su propio empeño en distraer a los lectores tanto rato con gente de baja estofa, sabiendo por experiencia cuánto aborrecen tratar con sus inferiores. El ruso es así: arde en deseos de relacionarse con cualquiera que pertenezca a una categoría más alta que la suya, aunque sea sólo un grado, y prefiere conocer superficialmente a un conde o a un príncipe a entablar una estrecha amistad cualquiera.



Tener la capacidad de convertir en arte la mediocridad está reservado a muy pocos. Y Gógol añade a esta maestría una exposición amena, ligera, fluida, que casi doscientos años después se sigue leyendo con placer. Esto convierte su libro en un proyectil que apunta al corazón de una amplia clase parásita que ha invadido amplias capas dirigentes, que no acaba de declinar y se siente ofendida al ser observada.  Ocasionalmente, surge la voz del autor doliéndose de la opinión que sus escritos provocan y destapando, ya sin ironía, la olla donde se cuecen las almas desalmadas:

[…] el escritor que se atreve a sacar a la luz lo que a cada instante tenemos ante los ojos y no advierten las miradas poco atentas —todo el terrible e impactante fango de minucias que enloda nuestra vida, la insondable profundidad de las naturalezas frías, vulgares y mezquinas que pululan por nuestro camino terrenal,
[…]
Y otras acusaciones llegarán al autor por parte de los denominados patriotas que, sentados tranquilamente en un rincón y entregados a asuntos completamente ajenos, amasan sus pequeñas fortunas construyendo su destino a expensas de otros; […] ¿Qué dirán los extranjeros? ¿Acaso es divertido oír una mala opinión de nosotros? ¿Creerán que no nos resulta doloroso? ¿Pensarán que no somos patriotas?


Una incomodidad que el autor saca de las zonas oscuras de la mente del indignado y recoloca en el lugar adecuado:

Y alguno de vosotros, lleno de humildad cristiana, no públicamente, sino en voz baja, a solas, en los momentos de aisladas conversaciones consigo mismo, ahondará en las interioridades de su alma y se hará está penosa pregunta: «¿No habrá algo de Chíchikov en mí también?».