Un libro dedicado a narrar lo que significó para los vencidos la victoria del ejército sublevado en 1936 contra el orden constitucional republicano: los que lo defendieron no solo sufrieron castigos físicos y penurias materiales, también fueron derrotados moralmente. La voz de una mujer nos habla del fracaso de una vida entregada a los demás; y estas confesiones dirigidas al hijo sirven como testamento y broche del fin de una generación que desaparece sin haber podido transmitir sus valores solidarios, dando paso a otra, despegada de su humanidad, que abre sus expectativas vitales al negocio y al dinero fácil, al mundo de la especulación y la avaricia: un tema en el que Chirbes ha logrado sus mejores creaciones.
El título cobra todo su sentido cuando Ana, la protagonista, reflexiona: La buena letra es el disfraz de las mentiras. La escritura juega un doble papel: para Isabel, el personaje perturbador, es el telón que oculta sus objetivos: tras su hermosa caligrafía se esconde la traición; para Ana es el señuelo que revela el oculto deseo de librarse de ataduras, de abrirse a sensaciones prohibidas por su código familiar:Me faltaba esa capacidad para hablar con palabras dulces que ella tenía. Me faltaba saber escribir en un cuaderno pequeño con letra segura y bes y eles como velas de barco empujadas por el viento. Ahora no era suficiente la compasión, la entrega.
En las primeras páginas quedan congeladas imágenes de lo que fueron aquellos macabros años del franquismo, las angustias del fin de la guerra para los vencidos: los fusilamientos, la prisión, las sentencias de muerte, las humillaciones, la escasez de todo y el miedo, el miedo, el miedo. Las mujeres sosteniendo con sus esfuerzos aquel mundo en pedazos: viajando a las prisiones con la escasísima comida de la que disponían, buscando a los suyos, moviéndose a los lugares donde se podían conseguir víveres, intercambiando, vendiendo:[…] aquellos vagones de madera repletos de mujeres enlutadas y silenciosas. En el primer año después de la guerra, los trenes iban abarrotados. La gente se marchaba de sus casas, o se buscaba, y el tren recogía toda esa desolación y la movía de un lugar a otro, con indiferencia.
Luego viene la otra derrota, la que contamina el campo de la conciencia: la rotura de la fraternidad. No hay nada más doloroso que la deslealtad de quien creímos nuestro igual: la huida hacia el campo contrario integrándose en el mundo contra el que luchaste. Aquel a quien protegimos y cuidamos en sus horas de cárcel se transforma en el nuevo adversario al arrimarse al poder corrupto. El país va a reconstruirse sobre esta base.
Y el cambio de paisaje urbano se nos ofrece como ilustración del cambio en el orden moral, de una manera de vivir ya extinguida. La victoria completa es la eliminación de la memoria, del rastro de los muertos:Para que regresen, paseo durante horas y busco las escasas construcciones de aquellos años que aún permanecen en pie, e intento recordar cómo eran las que ya han sido sustituidas por modernos bloques de viviendas, como pronto lo será la mía.