jueves, 23 de abril de 2020

LECTURAS EN LA PANDEMIA: NOVELA NEGRA Y UN ENSAYO DIVERTIDO.

 

Hemos rebasado los cuarenta días de encierro y seguimos sin saber hasta cuándo durará. La intranquilidad me pica. Intento una estrategia: dejar correr la imaginación detrás de la complicada captura del asesino.

Pido consejo a una experta lectora de novela negra, un género al que se le supone esa virtud que se define generalmente como ‘enganche’. La lista que me facilitó Ana era mayoritariamente de mujeres y, una de ellas, Alicia Giménez Bartlett, española, de Albacete para más señas, crea un personaje de policía femenino con el que escribe una serie de libros. Leí el primero: Ritos de muerte y lo hice en dos días, cosa para mí extraordinaria, lo que quiere decir que funcionó el ‘enganche’. Una escritura fluida y sin complicaciones, ingeniosa a veces, hace que la trama tire del lector hacia delante sin tropezar en reflexiones. Aunque, a veces, una incomodidad me tiraba de las orejas: ¿la novela negra te invita a empatizar con la policía?, ¿la crueldad se normaliza cuando viene de tu heroína?, ¿está permitido saltarse la decencia humana básica al ejercer tu pequeña parcela de poder si eso da contundencia a tu personaje?

En los respiros de la lectura se me iba el recuerdo a Vázquez Montalbán, de cuyos Mares del Sur no guardaba esa turbia sensación. Así que he hecho la prueba con Los pájaros de Bangkok que me ha servido para confirmar que puede tocarse el tema policiaco sin caer en el relajo moral. Tiene además su escritura una rotundidad y una variedad de matices que no se encuentran en Ritos de muerte; y una intencionalidad social crítica que se eleva por encima de la anécdota:

De aquel mundo lleno de sepulturas, sólo escapan las siluetas fugitivas de la holandesa y el "pocavergonya", de Archit y Teresa, vividores por cuenta ajena entre gentes condenadas a morir, y quería decirle a aquella malcriada que con ella había viajado la muerte y que había ido derribando vidas como fichas de dominó, con tal de salirse con la suya, y que la suya era un estúpido final de ligue en una playa de invierno llena de rascacielos deshabitados, entre dos mares afectados por distintos ritmos de agonía.

 

De momento voy a frenar la vía policiaca porque alguna más me empacharía. He cogido un poco al azar un ensayo de David Foster Wallace, un escritor que fue símbolo de la modernidad literaria norteamericana de fines del siglo XX, que se titula Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, donde desmenuza un viaje de placer a bordo de un crucero de recreo: ha sido agradable la lectura, con el añadido práctico de que ya no me hará falta embarcarme en un crucero para saber lo que puedo esperar de él. Parece ser un microcosmos donde se reúne toda la maldad capitalista y sus distorsiones sociales. Me he encontrado con varias expresiones felices que son como un compendio del clima supuestamente exquisito que se crea en estos viajes supuestamente exclusivos. Anoto dos: una es la del “camarero gastropedante”. La otra, viene incrustada dentro de esta frase:

También hay otra forma de reaccionar frente a la muerte. No el acicalamiento sino la excitación. No el trabajo duro sino la diversión dura.

¡Ah, la diversión dura! Esa obligación de los ricos y sus imitadores para sentirse a salvo de la muerte.