lunes, 2 de julio de 2018

DE LITERATURA Y CINE JAPONÉS

 

 

Estoy en una inmersión japonesa que me está dando muchas satisfacciones. He visto bastante cine de Akira Kurosawa y me he rendido a sus pies, quizá en otro momento escriba sobre las sensaciones que me producen sus películas (el otro día vi la larguísima Los siete samuráis con una deliciosa sensación de placer). También he visto alguna más de Imamura, de Jûzô Itami (el director de Tampopo) y de Kiyoshi Kurosawa, que no tiene ninguna relación con Akira.

Pero lo que quiero registrar aquí son las lecturas. Mi hermana me había hablado de una novela: El cielo es azul, la tierra blanca, con el sobadillo subtítulo de Una historia de amor. Pero, con la ola nipona que me dominaba, me atreví con el libro porque era relativamente actual (2001) y estaba escrito por una mujer: Hiromi Kawakami. Bueno, probablemente será una lectura que no recordaré más allá de unos meses, pero la autora tiene la excentricidad de montar una pareja antirromántica (él en las puertas de la ancianidad, ella en las de la madurez; ambos unidos por la soledad de la barra de un bar) y, sobre todo, la virtud de rondar el centenar de páginas.

De ahí pasé a otra recomendación, esta vez de Paco, que me habló de un nombre insólito, el griego Lafcadio Hearn y su libro de relatos de viaje: En el país de los dioses, escrito a finales del XIX, dando una visión del país en un momento en que todavía imperaba su cultura ancestral. Tiene una escritura muy atractiva, sumamente correcta, que se lee como deslizándote por una pendiente suave aunque, debo confesar, que mi tolerancia a la descripción de paisajes no es muy alta y los primeros cinco capítulos, reunidos bajo el título Recorridos los hago un poco aletargada; pero los siguientes tramos me despiertan: Encuentros y Observaciones, reúnen una serie de relatos sobre personas, personajes, reflexiones culturales y existenciales con una atracción notable por los fantasmas. El final del libro incluye cuatro cartas que me gustaron mucho: por estilo (ese maravilloso estilo epistolar, sobrio pero afectuoso, del pasado) y por contenido: unas joyitas.

Animada por la muy buena introducción al libro del también excelente traductor José Manuel de Prada Samper (no confundir con el opinador político y escritor Juan Manuel de Prada), me adentro en otro de sus libros: Kwaidan, y leo algunas de las historias de fantasmas.

Como mis conversaciones últimas tienen la brújula averiada y apuntan siempre al Japón, me llueven las recomendaciones y una amiga me habla de Un artista del mundo flotante, de Kazuo Ishiguro, una melancólica visión del Japón perdido tras la derrota de 1945. En una sobremesa con Gabi e Isabel, esta me habla con efusión de Osamu Dazai y leo Indigno de ser humano, un angustioso lamento de marginación, al que probablemente no me he acercado en el momento adecuado y que tendré que releer.

¡Ah, se me olvidaba uno de los mejores autores! No sé de dónde recogí la información, pero me sentí atraída por el extravagante título de Hombres salmonela en el planeta porno, de Yasutaka Tsutsui, seis relatos cortos muy locos, divertidos, originales, irónicos, un gusto.