domingo, 23 de julio de 2017

"ANCHO MAR DE LOS SARGAZOS", LA EXUBERANCIA DEL CARIBE

Acabo de leer a una autora para mí desconocida: Jean Rhys, nacida en Las Antillas en 1890, que tiene la original idea de recoger al personaje más misterioso e indefinido que perfila Charlotte Brontë en su novela Jane Eyre ─la primera mujer de Mr. Rochester─ y convertirlo en protagonista de Ancho mar de los Sargazos, un libro inquietante que retrata el mundo mezclado de las islas caribeñas.

Se trata de un paraíso habitado por el mal y la vigilancia mutua entre poblaciones que no logran convivir, porque la infamia de la esclavitud todavía está presente como un espectro al acecho, hundiendo su hoja afilada entre los blancos y los negros. Los blancos siguen manteniendo su posición dominante, controlando los negocios y el dinero; los negros se saben dueños de la base social que mantiene la vida en aquella tierra. Pero ¿qué puede esperar allí una mujer blanca y pobre?

La vida marginal de Antoinette, construida en la infancia con referentes en los que no se encaja, configura una personalidad deforme en la que predomina la desconfianza y el miedo. El escenario de desarrollo es una tierra espléndida, exuberante, que rodea a los personajes con un espejismo de plenitud que no podrán alcanzar: el elemento humano distorsionador emponzoña el edén con sus rencores, sus inseguridades, sus miedos, y aquello que hubiera podido ser equilibrado y bello se transforma en demencia diabólica.  No se sabe qué es lo que altera los sentidos: los fuertes aromas de las flores al anochecer, los colores y el ruido ensordecedor de los insectos en el crepúsculo, la calidad del aire, el agua transparente de los lagos o el mundo hermético del Caribe. Imposible que allí germine el espíritu victoriano de un Mr. Rochester para quien las rentas y el prestigio de su condición social lo son todo: una sensibilidad refrenada por las convenciones sociales a quien se le ha dado atisbar la explosión vital sin contenciones:

Odiaba las montañas y las colinas, los ríos y la lluvia. Odiaba los ocasos, fuera cual fuese su color, odiaba su belleza y su magia, y odiaba el secreto que nunca llegaría a descubrir. Odiaba la indiferencia de aquel lugar, así como la crueldad que formaba parte de su belleza. Y, sobre todo, odiaba a Antoinette. Sí, porque pertenecía a aquella magia y belleza. Me había dejado sediento, y toda mi vida sentiría sed y deseo de aquello que había perdido, antes de encontrarlo.

Y cierro el libro con la sensación, no meditada, de que con esta novela Jean Rhys está desafiando a Charlotte Brontë al enfrentar un mundo dominante, encauzado y frío a su complementario sometido, desbordante y explosivo.