domingo, 18 de diciembre de 2016

EL RENACIMIENTO DE HARLEM - ANOTACIONES



El título con el que encabezo estas notas es solamente una referencia y lo elijo porque es la meta adonde quiero llegar, pero lo que realmente pretendo escribir es el camino casual que me ha llevado hasta allí.

Leyendo hace unos meses una colección de cuentos de la nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie (citada por el escritor Chinua Achebe en una entrevista, que es lo que me lleva a ella) me encuentro con un punto de vista genuinamente africano que no se corresponde con la idea (si es que me había molestado en tener alguna) que yo, mujer blanca europea, tenía de Nigeria o de las impresiones de una nigeriana emigrada a los Estados Unidos. Me doy cuenta de que la escasa información que tengo sobre el mundo africano o afroamericano me viene a través de los ojos y el pensamiento de los blancos, porque el pensamiento y los ojos de los negros tiene un acceso difícil.

Intentar comprender el problema de las relaciones interraciales es muy complicado y, a veces, me da buen resultado reducir los asuntos complejos a sus elementos básicos. Al hacerlo aquí me parece evidente que la incapacidad de los blancos para convivir es no haber comprendido que uno de los ingredientes fundamentales de la segregación es la pobreza y la explotación del otro, que sus prejuicios son una abominable herencia de la época en que todo lo africano se consideró mercancía, la avaricia arrasó con aquello que nos hace humanos y el color de la piel se identificó con el puesto que se ocupa en la nefasta pirámide social consagrada a la gloria del dinero y el poder creando estratos inferiores de personas marcadas por la desposesión.

Y esto es lo que trata con una finura extraordinaria Chimamanda, reclamando una cosa tan simple y natural como la igualdad en una sociedad del siglo XXI. En el cuento que da nombre al libro, Algo alrededor de tu cuello, la protagonista piensa:

[...] porque son igual de condescendientes los blancos que sienten demasiado entusiasmo por África que los que no sienten ninguno.

Hay una mirada tan directa al opulento mundo occidental por parte del personaje, que hace explotar la idea del abusivo reparto de los recursos e iluminar la incongruencia de nuestro bienestar:

Querías escribir que los norteamericanos ricos eran delgados mientras que los norteamericanos pobres eran gordos [...] Querías escribir sobre la cantidad de comida que dejaban en el plato junto a unos billetes arrugados, como si fuera una ofrenda, una expiación por la comida desperdiciada.

No sé si Norteamérica es el lugar donde el culto a la opulencia y, por tanto, el rechazo al pobre (la comunidad negra lo es mayoritariamente) se hace más evidente, pero sí sé que es el país donde se desarrolló un pujante movimiento contra el racismo y la segregación en la década de los años cincuenta y sesenta del siglo XX. La lucha por los derechos civiles tuvo portavoces extraordinarios y fue la semilla de grandes innovaciones formales y de pensamiento que no reclamaban la tolerancia sino la igualdad.

El cine de los años sesenta y setenta en Estados Unidos, hecho al margen de la industria de Hollywood, es muy explícito. Leo unos cuantos artículos sobre el Black US indie cinema y veo películas de las que nunca había oído hablar, como Nothing but a man (Michael Roemer, 1964) o Shadows (John Cassavetes, 1959), rodadas y escritas por blancos con una gran sensibilidad hacia el problema racial. Doy un salto más y veo títulos propios del cine independiente rodado por negros: Watermelon man (Melvin Van Peebles, 1970) utiliza un humor sarcástico para poner a un blanco frente al espejo, obligándole a vivir la anormal normalidad de ser negro en una sociedad llena de prejuicios; Killer of sheep (Charles Burnett, 1977) cuenta una historia de miseria y marginación negra en los suburbios de Los Ángeles que entra sin necesidad de reflexión alguna; la música es maravillosa y una no sabe si el director ilustra la historia con el blues o pone imagen al blues. De ahí paso a un cine algo distinto: el de Spike Lee, lleno de ironía y normalidad negra. Su  She’s Gotta Have It (1986) es una historia de jóvenes negros neoyorquinos y sus enredos sexuales. Con la estética y el ritmo del documental, una estupenda fotografía en blanco y negro y una protagonista sumamente atractiva, hace una comedia de Woody Allen antes de que Woody se convirtiera en el cronista neurótico de Manhattan.

Y acabo tropezando con Brother to brother (Rodney Evans, 2004) donde descubro la historia de un pintor y escritor, Richard Bruce Nugent, que cuenta su experiencia como integrante del grupo artístico que dio nombre al "Renacimiento de Harlem" en los años veinte del siglo pasado. Aquello fue una explosión de energía y vitalidad que movió prejuicios e hizo visible el vigor creativo de la comunidad negra del norte de Manhattan. Mientras escucho a Duke Ellington, leo algo sobre Langston Hughes, un interesantísimo personaje que fue el primero en traducir al inglés el Romancero gitano y Bodas de sangre de García Lorca; y descubro tres extraordinarias escritoras: Nella Larsen, Jessie Redmon Fauset y Zora Neale Hurston que creó dos neologismos geniales para definir a las gentes que frecuentaban el barrio en aquellos momentos: los "Niggeratis", resultado de la unión entre "nigger" y "literati", y los "negrotarians" para los blancos que se sentían atraídos por la cultura de los negros. De ella hablaré en otro momento

El recorrido ha terminado abriendo la puerta a un territorio que puedo seguir explorando: lo estoy haciendo con el placer de quien descubre a un pariente ilustre del que nada sabía. Esta época que vivimos tiene indudablemente cosas terribles; pero hay algo que, para mí, es de un valor incontestable: la formación espontánea y gratuita de un almacén de conocimiento universal basado en la colaboración de millones de personas que ponen al alcance de tus dedos su saber, vivas donde vivas. Estas anotaciones quieren rendir homenaje a este fenómeno que permite encontrar el tesoro a quien quiera buscarlo.



Milagros González Á.