Hay momentos
en los que un autor, quizá ya desaparecido, probablemente habitante de un lado
del mundo que nunca visitarás, se pone en contacto contigo y te habla en la
intimidad de asuntos que te conmueven y, a través de tus ojos, se abre un canal
de comunicación tan rico como nunca pudiste establecer con un semejante al que
puedes tocar.
Había
oído hablar de Carson McCullers, pero ni siquiera era de capaz de adjudicarle
una nacionalidad, ni siquiera sabía que era una mujer: era simplemente un
nombre ligado a la literatura. Un artículo de Gustavo Martín Garzo en el
periódico me llevó a leer Frankie y la
boda: "¿por qué ya no se escriben novelas así?" escribe
este hombre que entiende los matices de la literatura como pocos. Y yo,
arrastrada por su opinión, que siempre me ha abierto caminos, me sumergí en el
mundo de Frances, Frankie, F. Jasmine, esa niña que está abandonando la
infancia y tantea su nombre, su ansiedad, su deseo, intentando salir de un
aislamiento que no soporta. Una mezcla de ingenuidad, ironía y una exquisita
sensibilidad borbotea en las páginas y logra invocar un ambiente que te
impregna: te sientas a la mesa con la admirable Berenice que, como un oráculo, ocupa
en la cocina su púlpito de la experiencia exhibiendo una lógica aplastante (aquella
que poseen las mentes limpias) y una gran capacidad para captar el sentido de
la realidad: "las cosas se acumulan en torno a tu nombre" le advierte
a Frankie cuando esta manifiesta su deseo de cambiar de nombre. Frankie, F.
Jasmine, como a ella le gustaría llamarse, busca un asidero a su desconcierto y
lo encuentra en la idea más peregrina: incorporarse a la pareja de su hermano y
su novia que están a punto de casarse, ser un miembro de ese equipo (aquí
conviene decir que el título del relato en inglés es The member of the wedding, que pierde toda relación con el tema en
la traducción al español). La expresión de ese deseo en la voz de Frankie es
absolutamente genial: se condensa en la extraña (o dislocada) frase "They
are the we of me" (ellos son mi nosotros).
Y con un movimiento envolvente esta escritora superdotada te
transporta al desconcertante momento de la adolescencia que probablemente
tengamos enterrado en la memoria.
Pero lo que me ha llevado a escribir estas notas es la
impresión que me produjo la lectura de un párrafo de otra de sus novelas: La balada del café triste, un título
seductor para una historia de seres que no se ajustan a la norma. Me encuentro
en ella a Miss Amelia, una mujer fuera de lo común en tamaño, fuerza y dureza
de carácter, que no encaja en ningún molde femenino. Cuando en el pueblo
aparece un hombre también fuera de lo común: un enano jorobado, Miss Amelia
siente por él una atracción inmediata. El nacimiento súbito de esta delicada emoción
en un corazón hasta entonces yerto, esa misteriosa alteración interior parecida
a una reacción química, queda ilustrado magistralmente en un párrafo que copio
en inglés y traduzco en paralelo para no perder de vista el texto original y poder saborear el ritmo de las frases:
The whisky they drank that evening (two big bottles of it) is
important. Otherwise, it would be hard to account for what followed. Perhaps
without it there would never have been a café. For the liquor of Miss Amelia
has a special quality of its own. It is clean and sharp on the tongue, but
once down a man it glows inside him for a long time afterward. And that is
not all. It is known that if a message is written with lemon juice on a clean
sheet of paper there will be no sign of it. But if the paper is held for a
moment to the fire then the letters turn brown and the meaning becomes clear.
Imagine that the whisky is the fire and that the message is that which is
known only in the soul of a man—then
the worth of Miss Amelia's liquor can be understood. Things that have gone
unnoticed, thoughts that have been harbored far back in the dark mind, are
suddenly recognized and comprehended. A spinner who has thought only of the
loom, the dinner pail, the bed, and then the loom again —this spinner might drink some on
a Sunday and come across a marsh lily. And in his palm he might hold this
flower, examining the golden dainty cup, and in him suddenly might come a
sweetness keen as pain. A weaver might look up suddenly and see for the first
time the cold, weird radiance of midnight January sky, and a deep fright at
his own smallness stop his heart. Such things as these, then, happen when a
man has drunk Miss Amelia's liquor. He may suffer, or he may be spent with
joy—but the experience has
shown the truth; he has warmed his soul and seen the message hidden there.
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El whisky que bebieron esa noche
(dos botellas) es importante. De otra manera sería difícil dar cuenta de lo
que ocurrió después. Quizás sin él nunca habría habido un café. Porque el
licor de Miss Amelia tiene una cualidad especial: es limpio y penetrante en
la lengua, pero una vez que un hombre lo traga resplandece dentro de él
durante mucho tiempo. Y eso no es todo. Es sabido que si se escribe un
mensaje con zumo de limón en una hoja de papel en blanco, no dejará huella.
Pero si se mantiene el papel durante un momento cerca del fuego, entonces las
letras se vuelven marrones y el mensaje aparece. Imaginad que el whisky es el
fuego y que el mensaje solo lo conoce el alma de un hombre, entonces el valor
del licor de Miss Amelia puede entenderse. Las cosas que han pasado
inadvertidas, los pensamientos que se han refugiado muy atrás en la mente
oscura, de repente se reconocen y comprenden. El hilandero que ha pensado
solamente en el telar, la cena, la cama y luego de nuevo en el telar; este
hilandero podría beber un poco un domingo y tropezarse con un lirio del
pantano. Y podría colocar esta flor en la palma de su mano para examinar la
delicada copa de oro, y de pronto podría embargarle una dulzura aguda como un
dolor. Un tejedor podría mirar hacia arriba de pronto y ver por primera vez
el frío, extraño resplandor del cielo de medianoche en enero, y un profundo
temor por su pequeñez pararía su corazón. Cosas como estas, entonces, suceden
cuando un hombre ha bebido el licor de Miss Amelia. Puede que sufra o que lo
viva con alegría, pero la experiencia ha mostrado la verdad; ha calentado su
alma y ha visto el mensaje escondido.
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Milagros González Á.