Como un leve antídoto a
labores menos gratificantes abro estas notas tratando de recordar a Concepción
Arenal, que me saltó a los ojos en uno de esos viajes alucinantes que a veces
hago brincando de cita en cita (literaria) hacia alguna meta que si
se pusiera por escrito daría para mucha risa.
En fin, la cosa es que me
tropecé en la maravillosa Biblioteca virtual Miguel de Cervantes con el siguiente párrafo:
Libertad es, en todo, cosa opuesta e incompatible con fatalidad. Aunque sea triste, y por lo mismo que es triste hay que decirlo, caballero, el pobre está rodeado de fatalidades, cosa muy grave y que debe hacernos reflexionar profundamente.¿La de trabajo para el que no puede elegirle, porque la ignorancia y el hambre le obligan a aceptar el más fácil o el que encuentra más pronto?¿La de enseñanza para el que no tiene dinero para pagarla, ni tiempo para aprender, ni idea de lo que el saber vale?A cada una de estas libertades suele corresponder en el pobre una fatalidad, consecuencia de la miseria material e intelectual en que nace, crece, vive y muere. Casi todos los obstáculos que halla son invencibles; no se halla en estado de salir por sí solo del laberinto de sus errores o de sus ignorancias; es el enfermo del Evangelio, que no se puede curar si no hay quien le lleve a bañarse en las aguas de la salud. La mayor parte de las libertades que se dan al pobre son como manjares que no puede tocar, cosa que al parecer no advierten los que en su obsequio preparan el festín.
¿Quién es esta mujer que apenas me suena del bachillerato
y asocio con una pequeña calle de Madrid?
¡Concepción Arenal!
Naturalmente la Wikipedia me auxilia; pleno siglo XIX,
abogada, visitadora de cárceles y defensora de los derechos de la mujer.
Pensadora extraordinaria.