miércoles, 18 de agosto de 2010

RESCATANDO DEL OLVIDO A ANTONIO ESPINA

 

 

Abro uno de los archivos que por una u otra razón guardo para lecturas posteriores, tras alguna búsqueda en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (uno de los mejores proyectos culturales de este país), y veo: Prosa escogida / Antonio Espina. En la Wikipedia (otro de los mejores logros culturales de la red) busco a este hombre: Antonio Espina, nacido en Madrid en 1894, periodista, republicano, depurado, exiliado...

La historia que me sorprende agradabilísimamente es Luis Candelas, el bandido de Madrid: una delicia de ironía, imaginación, gusto y sabiduría literaria. Me produce gran congoja el hecho de que este nombre no me sonara en absoluto; quizá lo haya leído en alguna antología, en algún apunte, pero quedó perdido. He mirado en los catálogos para comprar y regalar, pero no va a ser fácil porque las publicaciones parecen estar agotadas. En fin, compro lo disponible: Pájaro Pinto y Luna de copas, una de las reliquias de editorial Cátedra.

Luis Candelas: he disfrutado con él —más que con sus dos novelas cortas— a ese nivel primario de introducirte en la vida de otro; pero también, y mucho, con la escritura que incorpora recursos que, aun hoy, resultan novedosos. Teniendo en cuenta que Antonio Espina acaba de escribirlo en agosto de 1929, tengo que pensar que aquella espita creativa que se abrió en la década de los veinte quedó taponada: vencida y desarmada, como tantas otras energías.

Aparte de la capacidad para crear neologismos, tiene una ironía depurada, puesta al día. Cuando Luis está a punto de descubrir a su “ángel de amor” en una fiesta donde pasea su aburrimiento, el deslumbramiento se expresa así:

 

La voluta de humo del cigarro expande caprichosas formas en el aire. Cabelleras de medusas, cendales diáfanos de las Mil y Una. Súbitamente, del surtir de elásticas elipses en pausado, ceremonioso ascenso, emerge la mandrágora. De ella fluye con inicial impulso, ritmos azules, la curva femenina: una pierna, el talle, un brazo que ondulante se pierde y alarga hasta el plafón, cabellos de mies.

El tul se hace espeso, enmarañado.

¡El tul se hace espeso, enmarañado, caótico!

¡¡El tul, alrededor de Luis Candelas, se hace espeso, enmarañado, caótico, irresistible!!

Mas, por último, se abre. Enmarca un óvalo de claridad, de pureza, que poco a poco va abriéndose lenta, gradualmente —lo mismo que (pensamos nosotros) el foco de luz de que ha de brotar la estrella norteamericana en el écran moderno—, hasta que en el centro de él aparece una mujer: Clara María.

 

¿No hay aquí mucha miga? Recursos poéticos, pictóricos, cinematográficos; una amalgama de sensaciones bien casadas, con un resultado brillante.

Además, nunca se me hubiera ocurrido antes la idea de que el auténtico lord Byron español era Luis Candelas. Tendré que volver sobre el libro porque está lleno de sugerencias, de “elementos nutricios en el ambiente”, por citar una de sus frases simples y afortunadas que me encantaría retener en la memoria, como ese “volteo teologal de campanas”.

Esta manera de enfocar al personaje, dentro del movimiento romántico que se introducía en la sociedad madrileña, conlleva opiniones que trascienden la anécdota del ladrón y conducen a otras consideraciones de mayor calado social y literario. Creo que es el libro que mejor me ha descrito el romanticismo “castizo”.

La edición que al fin he encontrado es del año 96, sexta de una primera del año 41, con lo que supongo que el comentador lo es de esta. Es un ejemplo de citador que comenta lo innecesario y enmudece cuando vendría bien una aclaración.

Un recordatorio: si no se encuentra el libro, se puede acudir a la nunca suficientemente alabada Biblioteca virtual Miguel de Cervantes, con este enlace que lleva directamente a la obra: 

http://ow.ly/qJBg50CoYx2